La celda del amor está siempre abierta
La celda del Padre Kolbe está siempre abierta porque es
alimentada por el fuego de la zarza ardiente. Es alimentada por el fuego del
amor. Pero no queda en el vacío, nos encaminamos hacia el Monte Sinaí y aquí nos detenemos para hacer memoria de una realidad antigua y
siempre nueva: ¡Dios tiene memoria! Se recuerda del hombre, de cada hombre.
El recuerdo de Dios es una actitud fundamental de la alianza,
estipulada entre Yahweh e Israel mediante Moisés. El Señor anuncia el deseo de
estipular el pacto de alianza con Israel para que de la esclavitud del Faraón llegué
al Sinaí – monte divino – donde hará experiencia de la “zarza ardiente”: Dios
(fuego) habita en la zarza (arbusto). Dios entra en la humanidad quedándose
Dios y hombre, si bien arbusto, no se
consume, porque Dios alimenta su fuego de amor. Aquí en el Sinaí el hombre es
llamado en su fragilidad a ser lugar elegido para que Dios habite. Yahweh es el
Dios de Israel es el pueblo de su señor. En el Sinaí se hace experiencia de la zarza ardiente: el
amor arde sin consumirse. El amor de Dios es para siempre.
La imagen del fuego devorante sirve al autor para decir la irrupción
de Dios en la vida de Moisés.
¿Por qué la zarza arde y no se consume? Los rabinos, a través
de los siglos, se han preguntado y han intentado dar alguna respuesta. Para el
Rabino José “la zarza es el árbol de los dolores y Dios sufre cuando sufren los
hebreos”. Y el Rabino Nahman: “la llama quemaba pero la zarza con se consumía
porque el dolor será eterno en Israel, pero Dios no quiere que se consuma su
pueblo” (Shemot Rabba, II.5).
En el mismo texto midráshico dice que Dios dice a Moisés:
“¿Te das cuenta de cómo participo en el sufrimiento de Israel? Yo te hablo
circundado de espinas como si participara directamente de tu dolor. Es como si Dios dijera: “Moisés,
estoy dentro de tu dolor, al dolor de tu pueblo”. Dios está siempre dentro del
dolor de su pueblo. De todo tiempo.
¿Dónde estaba Dios en
Auschwitz?
Como la zarza ardiente así la celda del amor – la celda del
martirio del p. Kolbe – está siempre abierta, porque el amor arde sin
consumirse y, como amaba decir nuestro padre Faccenda, “Es la tumba que no tiene los restos mortales de San Maximiliano, sino
que queda siempre abierta para mostrar al mundo de hoy y de mañana el celestial
mensaje de amor”.1
El fuego que devora, el amor de Dios, arde en el corazón del
padre Kolbe. Es fuego que quema y no se puede contener, como aquel fuego que
arde en Jeremías: “había en mi corazón un
fuego ardiente encerrado en mis huesos; me esforzaba de contenerlo, pero no
podía” (Jer. 20,9).
El corazón del padre Kolbe arde de amor. Arde por el amor que
Dios ha derramado en el que, con su cuerpo es en medio de la humanidad herida y
maltratada y, con su corazón participa en los sufrimientos de “su” gente. Participa no por heroísmo, sino
porque es incapaz de contener el fuego del amor que “Cuando se enciende - como él había dicho – no puede quedarse
encerrado en los límites del corazón, sino que se extiende afuera e incendia,
devora, absorbe otros corazones…”2
En el campo de Auschwitz padre Kolbe no está solo, la
Inmaculada está con él para acompañarlo hasta el amor más grande. La Madre está
presente, vela por el padre Kolbe y sobre cada uno al punto que un prisionero
de Auschwitz esculpe su imagen en un pedazo de madera, de 17 cm y hoy es
llamada “Virgen detrás del alambre de púa”. También la Madre, por lo tanto, no
está afuera del alambre de púa. Está en el campo del dolor para estar al lado
de cada hijo que sufre.
Dios está en Auschwitz!
Sí, Dios Padre está presente con el fuego de su amor. Está
presente también la Madre que “detrás del alambre de púa” se hace prisionera
con los prisioneros.
El padre Kolbe tiene la certeza que “Dios está dentro de su
dolor, dentro del dolor de su gente” y, con la Inmaculada a su lado, toma a sus
hermanos con él hacia espacios que sólo el amor conoce.
Dios irrumpe en la vida de Moisés, irrumpe en la vida del
padre Kolbe y en nuestra vida para decirnos: Yo estoy siempre contigo, estoy
donde tú estás, para que tú no desfallezcas en el camino de la vida. Para inflamarte
con mi fuego, para que tú puedas testimoniar que el amor vence. “Sólo el amor
crea”.
Angela Esposito
Por la Comunidad de Harmęże
1 OVS, vol.11, p.24.
2 SK, 1325.