Padre Kolbe, hombre de mansedumbre
A la luz de la Palabra
de vida, “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy manso y
humilde de corazón” (Mt. 11,29), nos introducimos en el corazón de la reflexión
de este mes, Padre Kolbe, hombre de
mansedumbre.
Muchas veces esta frase ha sido manipulada para someter a las personas.
Pero lo que Jesús quiere decir es justamente lo contrario. Pide a la gente de
alejarse de los maestros de religión, de aquella época y de cada tiempo, de
separarse y de comenzar a aprender de Él, de Jesús, que es “manso y humilde de
corazón”
El complemento “de corazón” no es una expresión más, sin
importancia. Indica que las disposiciones de Jesús se arraigan en su
interioridad e implican a toda su Persona. A vivir se aprende, aprendiendo “el
corazón de Dios”. Y la escuela es la vida de Jesús, este hombre sin poderes,
que nada ni nadie ha podido manipularlo. Aprendan mi modo de amar: humilde, sin
arrogancia, y manso, sin violencia.
La mansedumbre es la hermana gemela de la humildad. Jesús no impone nada a nadie. Su anuncio es un don, un regalo, su amor es
gratuito.
Jesús, el Maestro
“manso”, aparece como un hombre agobiado, vencido, más aun, ajusticiado. ¿Qué
se gana entonces con ser manso? “Felices
los mansos porque recibirán la tierra en herencia” (Mt. 5,4).
Si tenemos en cuenta la época que estamos
viviendo, podemos afirmar que estamos diciendo cosas pasadas de moda. Pero
pensemos que podría suceder en el mundo si no fuéramos esta presencia de
mansedumbre. Con este motivo comencemos un “viaje” en busca de personas mansas.
Un ejemplo de mansedumbre la encontramos en el Padre Maximiliano Kolbe que viene a nuestro encuentro y camina con
nosotros para recordarnos “Que sólo el amor crea, el odio destruye, no es
fuerza creadora”.
Con su vida “ofrecida
por” San Maximiliano nos dice que es posible ser manso. El no ha sido absorbido
por la historia. En el campo de concentración se convierte en el número 16670,
es decir nada entre otros miles de nada. Parece abatido, una persona destruida
por un poder casi invisible. Conclusión de esta parábola de vida: ha sido uno
de los pocos vencedores, uno de los pocos que han desafiado el muro de la
desesperación, del no sentido. ¡En un lugar violento ha encendido la esperanza!
No tenemos que tener
miedo de perecer vencidos: seremos vencedores.
¿Quién
le dio al Padre Kolbe, “el manso y humilde franciscano”[1],
la fuerza de ir contra corriente y ser así una presencia profética? La
Inmaculada, la mujer del magníficat, “El himno más fuerte e innovador que se ha
pronunciado”[2]
María revela el rostro de
misericordia y de ternura, de mansedumbre y de gratuidad de Dios que se inclina
sobre nuestras miserias y “da vuelta” las situaciones: el soberbio será bajado,
y el humilde será ensalzado.
“Si alguien se imagina ser algo,
se engaña porque en realidad no es nada”[3]. El Padre Kolbe exhorta a “evitar todas
aquellas palabras que pueden atraernos la gloria, la estima y el aprecio de los
demás”[4]. Desde
que era un joven fraile[5]
escribe: “La humildad es el fundamento de todas las virtudes. Obstáculos:
soberbia, amor propio. “El amor propio es odio hacia sí mismo; es el peor
enemigo, poco conocido, que sabe esconderse bien poco combatido, motivo de
preocupaciones”[6].
En las
relaciones con las personas la mansedumbre se reviste de paciencia. No de
aquella que se aprende con técnicas humanas, con ejercicios de relajación. El
Padre Kolbe ha conocido al Dios paciente fijando la mirada sobre el libro de la
cruz y entendió que la cosa más importante es confiar en Dios, entrar en su
lógica y acoger sus tiempos. Completamente abandonado en el Señor Jesús, se
dispuso a acoger al hermano con todas sus dificultades, como un don de gracia
del Señor.
Mansedumbre es ausencia de toda
dureza, imposición o violencia. En latín “mitis” se refiere al tacto, al sabor
y en particular al sabor característico del fruto maduro, Se opone al vocablo
“immitis” o “acerbus”. Por lo tanto al término mansedumbre se asocia fácilmente
la idea de madurez, de suavidad. Entonces ¿Quién es manso? Una
persona madura. Y la persona madura es dulce, mansa, no arrogante, no se cree
con derechos y vanagloria, no se cree importante.
Felices nosotros si hacemos la
guerra, no a los otros, sino a nuestro orgullo, a nuestro yo que tiende siempre
a imponerse, a prevalecer, a sobresalir.
Felices nosotros si con
insistencia pedimos: dónanos Señor, un corazón manso que sepa responder a un
insulto con una silenciosa bendición. Haznos capaces de hacer el bien a
aquellos que nos hacen el mal.
Angela
Esposito
Harmęże - Polonia