domingo, 11 de septiembre de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE SEPTIEMBRE 2016

La segunda obra de misericordia espiritual: 
enseñar al que no sabe
Padre Kolbe maestro y guía de quien está en la ignorancia 
y en el error

«El Angel del Señor dijo a Felipe: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza…». El se levantó y partió. Un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu Santo dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a su carro». Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Comprendes lo que estás leyendo?». El respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?». Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús.
Y el etíope seguía gozoso su camino.»[1]

“Acércate”. El angel del Señor impulsa a Felipe a acercarse a este hombre, a hacerse su prójimo, su compañero de viaje: es una imagen muy linda de evangelización, de anuncio de la Palabra de Dios. Es necesario aproximarse, acercarse, como hacía Jesús con los publicanos y pecadores, sin miedos, sin barreras, sin tantas seguridades.

“¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”. El etíope busca una persona que pueda guiarlo, instruirlo. Pide de ser ayudado en la compresión del texto sagrado para poder darle una dirección a su vida, cada día y en cada situación.

“Le anunció la Buena Noticia de Jesús”. Felipe da a conocer a Jesús, el descubrimiento de su vida y percibida como buena noticia, que sorprende e ilumina la vida del etíope y de cada uno de nosotros.

“Y el etíope seguía gozoso su camino”. Un alegría que pone en movimiento, que empuja a caminar, hasta correr. Es la alegría del encuentro con Jesús, de la misericordia y de la sanación, de la espera y de la vuelta; es una alegría contagiosa, que hace empezar de nuevo, hacer recorrer nuevos caminos para ir en busca de otros viajeros y hablarles de Jesús, de la Buena Noticia.

El Nuevo Testamento muestra a Jesús mismo como “maestro” (didaskalos, rabbi). Jesús es maestro con su vida y su persona, con los gestos y las palabras. Vivía lo que decía, creía en lo que anunciaba.[2]

Una tarea de particular importancia es enseñar “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen.” (1Pe 3, 15). San Juan Pablo II, en la encíclica Fide set ratio (1998), ha subrayado de manera especial esta tarea para nuestro mundo contemporáneo, afirmando: “Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición.” (n° 48). Por eso termina afirmando que “lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia”. (n° 102).

Pablo VI dijo: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio"[3]. El maestro-testigo Kolbe, de frente a la propagación del mal, intuye que existe un remedio, una fuerza: María, la Inmaculada. Por este motivo da inicio a la Milicia de la Inmaculada, un gran movimiento eclesial de espiritualidad mariana y misionera. Se llama Milicia: una palabra extraña, lejos de nuestro lenguaje, pero es una Milicia en la fe, es un combate para el bien. Pueden pertenecer todos: consagrados y laicos. “Milicia”, como el padre Kolbe dirá: “Porque no puede permitirse descansar, antes bien, por medio del amor pretende conquistar los corazones para la Inmaculada y, a través de Ella, para el Corazón Divino de Jesús y, en definitiva, para el Padre Celestial”.[4] 

El padre Kolbe, apóstol mariano marcado por fuego de la misión, no puede quedarse tranquilo sabiendo que muchas personas infelices no conocen a Jesús. Invita a sus hermanos, amigos y todas las personas con las que se encuentra, a trabajar en el espíritu de la MI hasta el don total de la propia vida. El padre Maximiliano escribe a Fray Pablo Moratti: “Hay aún tantas almas extraviadas, engañadas, seducidas, infelices… Hermosa misión por la que vale la pena vivir, sufrir, trabajar y hasta morir (¡quiera el Cielo como mártires!). Viviendo así nos santificaremos también nosotros, seremos como las víctimas consumidas por el ardor del amor siempre activo”. (EK 31)

La misionariedad del padre Kolbe no nace de un cierto frenesí de su temperamento, sino de su ser consciente que no hay tiempo que perder: “Cada corazón que late sobre la tierra tiene que conocer el Evangelio y esto lo más pronto posible”.[5] Por eso proyecta en los más mínimos detalles una nueva iniciativa: publicar un diario para llevar el mensaje de la Inmaculada a las familias de Polonia y del mundo entero: nace la revista mensual: “El Caballero de la Inmaculada”. Rapidamente se hace necesaria la construcción de Niepokalanów, la “Ciudad de la Inmaculada”, un centro de trabajo, lo llamará Juan Pablo II, donde (cerca de 800 frailes) están animados por un único ideal: comunicar a las personas, a través de la prensa, la verdad que es Jesús. Sembrar en cada corazón palabras de vida.

¿Por qué el Padre Kolbe usa la prensa para la difusión del Evangelio?

Escuchémoslo: “Es bueno edificar iglesias, predicar, fundar misiones y escuelas, pero todo ello será inútil si nos olvidamos del arma más importante de nuestros tiempos, es decir la prensa”.[6] 

Nos dice, en otro escrito, “Un misionero de la pluma no calcula sus éxitos por el número de certificados de bautismos impresos, sino que es un educador de las masas, forma la opinión pública ... Es un camino largo, pero un misionero de este tipo no conduce sólo a los individuos, sino a las masas”.[7]

Es verdad, que en la sociedad post-industrial en la que vivimos, la transmisión de la fe es particularmente problemática: cada gesto y palabra deben ser renovados, sino, de lo contrario, caen en el vacío. Se trata de redescubrir que enseñar (en-segnare) “significa imprimir un signo”, transmitir códigos, métodos e instrumentos de trabajo que permitan a las nuevas generaciones de construir sus propios conocimientos, dialogando y confrontándose reciprocamente, compartiendo puntos de vista y competencias diferentes, con la mirada siempre dirigida a la realidad, a la cotidianidad. Esta fue la intuición de Lorenzo Milani, sacerdote, el cual preparaba a los chicos de Barbiana a afrontar las dificultades de la vida, haciendoles medir cada día con problemas concretos, con situaciones reales. Su “escuela popular” y el programa de “educación civil” con que él pretendía instruir a los analfabetos y a los chicos de Barbiana, lo comprometieron totalmente: él puso todos sus talentos al servicio de estos chicos y de su futuro. Una experiencia sintetizada en el slogan “I care”! (¡me interesa!).

Podemos nosotros hoy, volver y preguntarnos con pasión: educar con todo nuestro ser ¿nos interesa?
Angela Esposito MIPK




[1] Hch 8, 26-31.35.39
[2] Cfr. Mt 23, 1-12
[3] EN 41
[4] EK 1237
[5] Cfr. EK 206
[6] EK 1249
[7] EK 1193

www.kolbemission.org