viernes, 13 de enero de 2017

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE ENERO 2017


La sexta obra de misericordia espiritual: Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
Padre Kolbe, maestro de paciencia


Es sorprendentemente actual esta obra de misericordia espiritual. En la Biblia vemos que el mismo Dios tuvo misericordia para soportar los lamentos y las quejas de su pueblo; en el libro del Éxodo, por ejemplo, el pueblo primero llora porque es esclavo en Egipto, y Dios lo libera; después en el desierto, se lamenta porque no tiene que comer (Cfr. 16,3) y Dios le manda el maná (cfr. 16,13-16) pero a pesar de esto los lamentos no paran. Moisés hacía de mediador entre Dios y el pueblo y también él alguna vez se pone molesto con el Señor, pero Dios mantuvo la paciencia y le enseñó a él y al pueblo de “dura cerviz”[1] esta dimensión esencial de la fe. 

La historia de Dios con la humanidad es también la historia de la paciencia de Dios hacia el hombre, que de hecho no es impasividad o pasividad, es amor, amor que acepta el sufrimiento esperando el tiempo del ser humano, su conversión. Dios es definido en la Biblia “lento a la colera”2[2] “¿Hasta cuándo esta comunidad perversa va a seguir protestando contra mí?”, le dijo a Moisés y a Aarón. (Núm 14,27). La paciencia, de hecho, no quiere hacerse cómplice del mal cometido (cfr. Gn. 44,22), no es ausencia de cólera, sino la capacidad de elaborarla, de “domarla”, de interponer un tiempo entre su rebelarse y su manifestarse. Ejemplar fue la paciencia y la dulzura de Jesús, particularmente en su pasión y muerte. Así escribirá Pedro en su Primera Carta: “Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente” (2,23). 

Lejos de ser sinónimo de debilidad, la paciencia es fortaleza en relación a sí mismo, capacidad de no actuar precipitadamente, de esperar el tiempo del otro, de sostener y llevar al otro. Se trata por lo tanto, de un momento particularmente importante en la edificación de las relaciones interpersonales y eclesiales. “los exhorto a comportarse… con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. (Ef 4,1-2). Esta paciencia es fruto del Espíritu (Gal 5,22) y se madura en la prueba (Sant 1,2-4). El himno a la caridad de San Pablo proclama que “el amor es paciente” y “soporta todo”. (1 Cor 13, 1)

Hay que reconocer que la paciencia, no es siempre una virtud, como la impaciencia no siempre es una no-virtud. Una paciencia que soporta resignadamente un abuso, una violencia, una explotación, se hace cómplice de la injusticia y no es ni humana ni evangélica

La paciencia evangélica se niega a responder al mal con el mal, de ofrecerse al enemigo en calidad de adversario y de ponerse a su misma altura, de usar las mismas armas. Existe una sana cólera que dice y grita “¡basta!”, como hace Dios en relación con las injusticias que invaden al mundo y de las cual hacen ministros y profetas, como hace Jesús cuando amonesta a los fariseos y escribas (cfr. Mt 23,13-36). 

“Soportar pacientemente” no significa, por lo tanto, aceptar pacientemente, cuanto controlar nuestras reacciones y mantener la paz. Cuando somos impacientes estamos bloqueados, reaccionamos frente a lo sucedido y nos convertimos en víctimas o del hecho, o del desaliento, (y nos desesperamos) o de la rabia (y se agrede). Las consecuencias son por lo tanto siempre destructivas y nos dejan una huella de relaciones arruinadas y/o de remordimientos dolorosos. La paciencia, en cambio, nos da la flexibilidad y el poder de no transformarnos en víctimas de las circunstancias. Por eso se dice “soportar pacientemente” y no de “soportar con resignación”. Todos tenemos necesidad de perdón y paciencia, para renacer y recomenzar. En la Biblia la palabra “soportar” indica “quedarse de pie frente a alguien o alguna cosa”, resistiendo al robo con el coraje de la paciencia. Es la actitud de ser fuerte frente a la adversidad: “es este el estilo de Dios”, afirma el Papa Francisco

Gregorio Magno une la perfección cristiana a la paciencia: “No es muy fuerte quien se deja abatir por las injusticias de los otros… de hecho en realidad es perfecto quien no pierde la paciencia por las imperfecciones de su prójimo. Quien se impacienta por los defectos de los otros, tiene la prueba de ser todavía imperfecto”.

Para esta obra de misericordia espiritual Padre Kolbe nos recuerda que tenemos necesidad ante todo de reconciliarnos con nosotros mismos; acoge el corazón de esta realidad y pone en su vida un punto firme: “Véncete a ti mismo, humíllate con serenidad por amor a Jesús” (SK 987 E) “Sepamos sacar provecho de todo para ejercitar nuestra alma en la paciencia, la humildad… y las cruces no serán tan pesadas.” (cfr. SK 935). Maximiliano se ejercita desde su juventud a reconocer las propias debilidades y defectos y a confesarlos abiertamente. Se confía en la obra de Dios en su persona: “la gracia divina lo hace todo; tú sólo debes corresponder a las gracias. Déjate llevar.” (SK 987 D). “Siempre tranquilos y serenos” (SK 937). 

En diciembre de 1940 escribe de Niepokalanów a sus hermanos en Japón: “Queridos hijos… Dios permite pequeñas cruces de varias especies, que dependen o no de la voluntad de otros, provenientes o no de una recta voluntad… Son fuente de méritos, entre otros, los disgustos provocados por otras personas... en el soportarse mutuamente consiste la esencia del amor reciproco”.

Así escribe Santa Teresa de Lisieux: “He entendido cuán imperfecto era mi amor a las hermanas, ¡Oh, Jesús no las amaba así! Entiendo ahora que el amor auténtico consiste en el soportar los defectos y los errores del prójimo, en el no maravillarse de sus imperfecciones, sino en el edificarse por cada mínimo acto de virtud…” (SK 925).

San Maximiliano aprovechaba a menudo las ocasiones para confirmar a sus frailes algunas ideas fuerza: “Ocupémonos, pero no nos preocupemos. Es necesario que las tribulaciones exteriores e interiores, los fracasos, el desgano, el cansancio, las burlas y otras cruces nos purifiquen y fortalezcan. Hay que tener paciencia también con uno mismo y hasta con el buen Dios, que nos prueba por amor…” (SK 56).

“Ratajczak, un depravado alemán, designado administrador, controlaba el territorio polaco que comprendía a Niepokalanów. Por ser muy amigo con la Gestapo, mandó sus camiones, pese a las súplicas de los frailes, para llevarse, para su uso personal, las maderas preparadas antes de la guerra para una capilla… Kolbe no dijo nada. Luego ante los ojos estupefactos de los hermanos, Ratajczak no solo introdujo a su licenciosa amante en el claustro franciscano, sino en la misma celda de Kolbe. Con gravedad pero respetuosamente, el Superior franciscano, sin temor, dijo al amigo de la Gestapo que no debía infringir el reglamento secular que salvaguarda el voto del Celibato”[3].

No nos queda más que rezar con un anónimo: “Señor, dame la paciencia. Pero ¡apúrate!”


Angela Esposito MIPK


[1] Dt 9,6.13; 2Cr 30,8; Ne 9,29; Ger 17,23; Bar 2,30; Ez 3,7. 
[2] Es 34,6; Nm 14,18; Ne 9,17. 
[3] Cfr. Patricia Treece, Maximiliano Kolbe un hombre para los demás. Segunda edición - pág. 125