martes, 13 de diciembre de 2016

"LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA" - 14 DE DICIEMBRE 2016

La quinta obra de misericordia espiritual: 
Perdonar al que nos ofende

Padre Kolbe, perdonado, perdona




“Padre, perdónalos, porque no saben lo hacen”. Con estas palabras de Jesús en la cruz, meditamos la quinta obra de misericordia espiritual: Perdonar al que nos ofende.

La historia de la revelación bíblica es también la revelación de Dios “rico de perdón” (cfr. Es 34,6-7; Sal 86,5; 103,3). En Cristo, muerto por nosotros mientras éramos pecadores (cf. Rm 5,6-10), el perdón ya se había dado a cada hombre, y por lo tanto también la posibilidad de vivirlo.

La Escritura, en la relación entre Dios y el hombre pecador, da una indicación muy precisa. Dios es la parte lastimada que recibe el mal y perdona. Sólo después de haber perdonado, imputa al pecador, con fin de ponerlo delante de su propio pecado, para que se dé cuenta de lo que ha hecho, pueda reconocer su culpa y abrirse al perdón que se le dio gratuitamente. Ilumina esta realidad el encuentro entre el Profeta Natán y David. 

La tradición judaica ha puesto el Salmo 51 en los labios de David exhortado a la penitencia con las palabras severas del Profeta Natán[1], que le reprocha el adulterio cometido con Betsabé y el homicidio de Urías, su esposo. Dios entra en el pecado de David, entra en el pecado de cada uno de nosotros, no para justificarlo, sino para donarnos la fuerza necesaria para reconocerlo. Qué lindo sería decidirnos desde ahora a perdonar a los otros como Dios nos perdona, qué lindo sería si primero perdonáramos a quien nos a hecho el mal y después nos pondríamos en camino para encontrar a la persona que ya hemos perdonado en nuestro corazón

El Papa Francisco, en este año del Jubileo de la Misericordia, ha hablado muchas veces del perdón de Dios, como San Pablo afirma: “Este tiempo de gracia para la Iglesia nos recuerda que nada nos puede separar del amor de Cristo”. “Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentra su culmen en el perdón. Jesús perdona. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No son solamente palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que está junto a Él. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar a cualquier hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, para todos. Sin excluir a nadie, se ofrece a todos”. Pero ustedes pueden preguntarme: «Pero Padre dígame ¿El que ha hecho las cosas más malas duran te la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?» — «¡Sí! Sí: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente tiene que acercarse arrepentido a Jesús y con ganas de ser abrazado por Él”.[2] En el perdonar, Dios no mira el mérito, más bien le basta, una chispa de arrepentimiento, una palabra dicha con el corazón, como lo hizo el buen ladrón ante Jesús crucificado.

Dios no sólo perdona, no sólo olvida nuestros pecados, sino que olvida también el habernos perdonado.

“La misericordia es el nombre de Dios y es también su debilidad, su punto débil”, remarca Francisco. “Su misericordia lo llevó siempre al perdón, a olvidarse de nuestros pecados. A mí me gusta pensar que el Omnipotente tiene mala memoria. Una vez que te perdona, se olvida. Porque es feliz perdonando. Para mí esto me basta”.[3] 

Desde su nativa Polonia San Maximiliano Kolbe partió como misionero hacia Japón. Aquí más que en otro lugar, su vida estuvo marcada por muchas pruebas, angustias y sufrimientos provocados por personas cercanas a él, tanto que escribió en una carta a su Superior general: “Llevó, pues, esta cruz, más pesada que ninguna de las que he tenido jamás... » (SK 487).

Había cultivado por muchos años en el corazón que «los hermanos que crucifican son un tesoro, ¡ámalos!» (SK 968) y lo hizo también cuando “acusado de fundar una nueva Orden, perdonó al Padre Costanzo, intérprete de esta instancia que presentó al Padre General (Padre Cornelio Czuprik). Él lo invitó a apreciar la belleza de ir al encuentro del otro, porque las relaciones fraternas deben ser animadas por el amor, un amor que no excluye el sufrimiento, sino que está alimentado por el perdón y el compromiso de no ofender a los otros: «El amor mutuo no consiste en el hecho que nadie nos procure nunca ningún disgusto, sino en que nos esforcemos en no procurar disgustos a los demás y nos acostumbremos a perdonar enseguida y totalmente todas las ofensas». (SK 925) 

Padre Kolbe estuvo siempre comprometido en buscar el bien y cumplirlo, por eso cuando la guerra desbastó su convento y alejó a muchos de los 700 frailes que vivían allí, escribió: «Padre Nuestro: perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt. 6,12). 

Esta oración nos la enseñó Jesús mismo. Por eso es suficiente el perdón completo de las ofensas que nos han hecho para obtener el derecho al perdón por las ofensas que hemos hecho a Dios. Qué desgracia, pues, si no tuviéramos nada que perdonar y qué suerte cuando en un sólo día tenemos muchas y muy graves culpas que perdonar». (SK 925) 

En el campo de Auschwitz, en el momento en que la vida era simplemente un número, sigue repitiendo “Sólo el amor crea, por eso no tengan miedo a quien les hace el mal, no matarán nuestras almas...”. En el pleno de la persecución nazista: “el odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor”. Cuando un joven hebreo, de nombre Enrique, le confesó que odiaba a los alemanes porque le habían matado a toda su familia, el Padre Maximiliano le contestó: “Enriquito, no debemos odiar a ninguno, porque nos ponemos a su nivel y nos transformamos en nuestros propios torturadores”.

¡Ave María!: fue la última invocación que pronunciaron los labios de San Maximiliano mientras extendía el brazo a quien lo mataba con una inyección ácido fénico. La última oración, la última “Ave María” del Padre Kolbe no fue para sus familiares, no fue para sus amigos, fue para el Doctor Bock que lo estaba eliminando del escenario de la vida. Quiere salvarlo también a Él.

Ciro condenado a cadena perpetua, estaba en la cárcel desde hacía 25 años: participaba de un taller que hacía hostias que eran donadas a las parroquias de todo el mundo. Él fue uno de los detenidos que transmitió su experiencia en el Jubileo de los presos, el domingo 6 de noviembre en la Basílica de San Pedro, donde el Papa después celebró la Misa, y se presentó con Isabel, una joven mujer que hacía seis años que le habían matado a su hijo de 15 años, Andrés. Juntos iniciaron un proyecto de “justicia y reparación”, en el cual las víctimas y los victimarios aprenden que sólo pidiendo y ofreciendo el perdón tienen la posibilidad de tener paz en el corazón.


Ángela Esposito MIPK



[1] Cf. II Sam 11-12
[2] Audiencia del miércoles 28 de septiembre de 2016, Papa Francisco.
[3] https://it.zenit.org/articles/papa-ad-avvenire-giubileo-ispirato-dallo-spirito-ecumenismo-non-e-protestantizzare-la-chiesa/

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ANIMACIÓN DE LA NOVENA A LA INMACULADA EN UYUNI - POTOSÍ

sábado, 12 de noviembre de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE NOVIEMBRE 2016

Cuarta obra de misericordia espiritual: consolar a los afligidos

Padre Kolbe está cerca del que sufre


“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Desde estas palabras de Jesús en la Cruz meditamos la cuarta obra de misericordia espiritual: consolar a los afligidos. Desde la cátedra de la Cruz, Jesús nos enseña a esperar contra toda esperanza, a sentir que las manos de Dios son más fuertes que cualquier otra mano potente de los hombres: Jesús hizo de esta obra de misericordia una bienaventuranza: “Felices los afligidos, porque serán consolados” (Mt 5,5). Esta consolación puede venir solo de Dios, “el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo” (2Cor 1,3). Dios es el verdadero sujeto de la consolación (cfr. Is 49,13; 52,9), la imagen de su acción consoladora es la de una madre (cfr. Is 66,13), de un pastor (cfr. Is 40,11), esto significa el cuidado que tiene Dios por su pueblo y por cada persona.

Jesús mismo conoció la aflicción, lloró por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Jn 11,35), a su vez consoló a quien se encontraba de luto (cfr. Le 7,13) y enseñó a sus discípulos diciendo “lloren con quien llora” (Rm 12,15).

La categoría de los afligidos se presenta como el vasto coro de los dolientes; para consolarlos no se necesitan personas que ofrecen sus recetas rápidas, frases construidas, pías palabras o pasajes bíblicos. Los amigos que fueron a visitar a Job “para consolarlo” (Jb 2,11), después de estar al lado del desventurado con lamentos, llantos, gestos de luto, seguido de largo silencio, “porque veían que era muy grande su dolor” (Jb 2,13), comenzaron a hablar, y se descubrieron “malos consoladores” (Jb 16,2).

Los proverbios saben cómo se deben consolar los afligidos: “Habla con el corazón, y también los sordos entenderán”. Es suficiente el amor, y la consolación no cae en vano, más aún hace volver a florecer la vida. No es para todos saber consolar: es un arte para aprender en la escuela de la vida; de otro modo se corre el riesgo de provocar más dolor en lugar de hacer el bien. Dice Anselm Grum: “Un consolador para mí, es quien logra quedarse a mi lado, en mi luto, en mi desesperación, en mi rabia, en mi impotencia; quien soporta mis lágrimas y se queda, no se aleja, ni cierra los ojos. Si logro quedarme al lado del afligido, sin ocultar su pena con un coctel de palabras, el afligido en algún momento cuenta lo que le pasa, que cosa lo hace sufrir tanto. No le doy consejos, no le propongo soluciones. Simplemente me detengo a escucharlo. Esto es consuelo”.

La palabra latina para “confortar” es “consolari”, que significa “quedarse con quien está solo. La correspondiente palabra griega parakalèin, que tiene muchos significados: “llamar al lado, dar coraje, consolar, tener palabras de aliento, cuidar” En la consolación se trata de crear una proximidad, de hacerse “presencia que permanece al lado” de quien está en la desolación y en la soledad. En el Evangelio de Juan el Espíritu Santo es siempre definido el “Paráclito” el “Consolador”, el “apoyo”: es Aquel que es llamado “para estar al lado”, que asiste y consuela.

Hablando de San Maximiliano Kolbe, se pueden parafrasear bien las palabras que Atanasio dice con respecto a Abba Antonio[1]: “¿Quién estuvo con él en el dolor y no volvió con gozo? ¿Quién estuvo con él llorando por sus muertos y no dejó enseguida el luto”? “¿Quién estuvo con él lleno de cólera y no convirtió sus sentimientos en amor”? ¿Qué hermano o compañero de prisión desanimado fue a verlo y no encontró la paz del corazón?

“¿Pero quiénes son los afligidos de los cuáles habla Jesús?

Ellos son aquellos los que frente al sufrimiento de los otros, son capaces de caminar con ellos, de participar de sus dolores, como Jesús, que cargó con todos nuestros dolores y nuestras iniquidades. No son aquellos que se sienten mal cuando le pisas los pies, sino aquellos que se sienten mal cuando le pisan el pie al amigo. Es una aflicción más grande que la física porque parte del corazón.

Padre Kolbe era uno de estos: sabía ocuparse totalmente de cada uno sin ningún límite, no ahorraba ningún esfuerzo personal, lloraba con todos y por todo, derramando lágrimas de amor, atento al más débil gemido de dolor. No se dejó derrumbar por su corazón de carne en el abismo del mal, reanimaba a los desalentados, encendía en ellos el fuego de la esperanza.

A los corazones doloridos baja un bálsamo de consuelo, en las almas desesperadas brota de nuevo un rayo de esperanza. Los pobres, los cansados, los que están abrumados por las preocupaciones, las tribulaciones y las cruces sientan cada vez más clara y expresamente que no son huérfanos, que tienen una Madre que conoce sus dolores, que los compadece, los consuela y los ayuda”. (EK 1102)

“Uno podría decir que la presencia de Padre Kolbe en el búnker era necesaria para los otros. Estos estaban enloquecidos por la idea de que nunca volverían a sus casas y a sus familias, gritando con desesperación y maldiciendo. El los pacificó y ellos empezaron a resignarse. Por su don de consolación, prolongó la vida de los condenados, quienes usualmente estaban tan trastornados psicológicamente que habrían sucumbido en pocos días”[2].

Entre los afligidos de hoy, según el significado evangélico, encontramos seguramente a Pedro Bartolo: el médico que desde 25 años acoge a los inmigrantes a Lampedusa. Los acoge, los cuida, y sobre todo los escucha. Las páginas de su libro: Lágrimas de sal, cuentan la historia de un muchacho flacucho y tímido, miembro de una familia de pescadores, que luchó duramente para cambiar su propio destino y el de su isla. Él no olvidó las dificultades vividas, decidió vivir en primera persona aquella que ha sido definida la más grande emergencia humanitaria de nuestro tiempo.

A su historia se enlazan aquellas desesperadas y vehementes historias de algunos de los tantos inmigrantes que escaparon de las guerras y del hambre. Los cuales, después de sobrevivir, y no se sabe cómo, a un terrible viaje en el desierto, entre violencias y opresiones inimaginables, en el mar han visto morir a sus familiares, y no obstante no se rindieron, más bien han decidido fuertemente iniciar una nueva existencia en Europa. Yazmín, que da a luz a Gift rodeada del afecto de las mujeres de Lampeadusa, Hassan, que durante todo el viaje lleva en sus espaldas a su hermano paralítico; Omar, que no logra olvidar; Faduma, que ha tenido que separarse de sus hijos para hacerlos crecer. Lágrimas de sal es un puñetazo en el estómago, que interpela fuertemente la conciencia de cada uno de nosotros. “Pedro Bartolo tiene la capacidad de hacerte comprender, por medio de sus palabras, la humanidad y su inmensa serenidad, el sentido de la tragedia y el deber de socorrer y de la acoger”[3]

Ofrezcámonos y ofrezcamos los afligidos a María, Madre de la Consolación, venerada como la Consoladora y la “Consolada” y Ella nos ayudará a comprender que dentro nuestro no sólo hay luto, dolor, desesperación e impotencia. ¡En nosotros también está el Espíritu de Jesús! Es este Espíritu que nos ayudará a atravesar cada aflicción para hacernos renacer.

Angela Esposito MIPK


[1] S. Antonio Abad.

[2] Patricia Treece, Maximiliano Kolbe, UN HOMBRE PARA LOS DEMÁS, p. 217 SEGUNDA EDICIÓN

[3] Gianfranco Rosi, director de “fuocoammare”.


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Centro de Promoción Integral Padre Kolbe - Montero



Tarde de formación para mesa directiva y socios del Centro de Promoción Integral Padre Kolbe. Lindo y significativo intercambio.

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jueves, 13 de octubre de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE OCTUBRE DE 2016


La tercera obra de misericordia espiritual: corregir al que se equivoca


Padre Kolbe guía y sostén de quién está perdido



Jesús nos dice muy claro como tenemos que vivir esta obra de misericordia espiritual: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado… Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad…” (Mt 18, 15-17)


La corrección fraterna de la que habla Jesús no tiene que ser un juicio, sino un servicio de verdad y de amor hacia el hermano. Jesús con coraje y libertad denuncia la hipocresía religiosa, la violencia y los abusos de los poderosos, la pereza del corazón de los discípulos. Sus palabras, mientras corrigen y reprenden, salvan. Es muy expresiva la imagen de Jesús que tiende la mano a Pedro para salvarlo cuando se está hundiendo en el agua y, contemporáneamente, lo reprende por su poca fe: “Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14,31). La reprensión, según el Evangelio, tiene que ser siempre un acto que una misericordia y verdad, de amor por el hermano y obediencia al Evangelio, autoridad y dulzura. “Yo soy el guardián de mi hermano”, soy responsable de la santidad del hermano y considero su pecado como si fuese el mío.


“Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados”. (Col 3, 16).

El verdadero sujeto de una corrección fraterna, ejercitada con humanidad y conformidad al Evangelio, es el mismo Señor: Él es como un “padre que corrige” (Sb 11, 10) y Él “corrige a los que ama” (Heb 12, 6; Ap 3, 19). ¿Pero en qué cosiste la corrección fraterna?


El verbo “amonestar” deriva del latín ad-monere: la amonestación es un hacer recordar lo que se ha olvidado. Nos olvidamos de la Palabra de Dios y de su voluntad, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. No es necesario amonestar a cada momento y por todo, ni empujados por la pasión o por el resentimiento, ni por la presencia de los otros, sino cuando sea oportuno, con mucho respeto y delicadeza, y sobre cuestiones verdaderamente importantes. 


Pero no tiene que faltar una condición esencial: para amonestar, para corregir al que se equivoca, es necesario amarlo, según el ejemplo de Jesús que decía: “Jesús, que había oído, respondió: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9, 12-13).


El apóstol Santiago recomienda la corrección fraterna como ayuda al prójimo, a quién está ligada una promesa: “cubrirá una multitud de pecados”. Esto significa que no solo quién está perdido, es pecador y necesitado de perdón, sino también quién corrige: nos corregimos entre pecadores.


A pesar de la importancia de la corrección fraterna en la vida espiritual y eclesial, no es muy practicada, porque exige un trabajo constante sobre si mismo, de parte de quién la ejercita, de reconocimiento ante todo de las propias faltas, antes que la de los otros. Solo quién aprendió a discernir el mal que habita en sí, podrá hacerse cargo del mal del hermano, para curarlo como un médico experto, en base a la propia experiencia de enfermo que ha sido curado, de pecador que fue perdonado. 


“Un día, a Scete, un monje pecó. Sus co-hermanos mandaron a llamar al abad Moisés (…). Este viene cargando sobre sus espaldas una cesta con agujeros. ¿Qué es eso? le preguntaron. El anciano les respondió: “Son mis pecados que corren atrás mío sin que yo los vea y hoy vine aquí para juzgar los pecados de los otros”. A estas palabras no dijeron nada al hermano y lo perdonaron”. (De los dichos de los padres del desierto)


Cristo se hace “pecador” para acercar a los pecadores a Dios y Santa Teresita se ofrece a su amor. “Acepto de nutrirme por el tiempo que quieras del pan del dolor y no me alzaré de esta mesa llena de amargura en la cual comemos los pobres pecadores, antes del día que tu haz señalado”. (Ms C 277). Teresa quiere sentarse a la mesa con los pecadores para que tengan la luz de la fe. 


Fiel al Evangelio, el padre Kolbe piensa a la M.I. como una respuesta a la llamada del Señor: “El fin de la MI es: empeñarse en la obra de la conversión de los pecadores, de los herejes, de los cismáticos, de los judíos,… pero sobre todo de los masones, y en la obra de santificación de todos bajo el patrocinio y por mediación de la Inmaculada” (EK 1220).

“Luchar contra el mal en el espíritu de la M.I., de la Inmaculada con amor a todos, incluidos los peores. Poner de relieve y alabar el bien, para que el ejemplo atraiga, en lugar de propagar el mal. Por lo tanto, cuando se presenta la ocasión de llamar la atención de la sociedad o de las autoridades sobre algún mal, hacerlo con amor hacia los responsables de ese mal y con delicadeza. No exagerar, no entrar en los detalles de mal más de lo necesario para ponerle remedio” (EK 1281). “Tengamos mucha compresión de las debilidades de los demás hermanos. Satanás, y ningún otro, quisiera suscitar confusión para sacar algo, pero con el auxilio de la Inmaculada nosotros podemos vencerlo siempre” (EK 948).


La corrección es también una responsabilidad profética de denunciar los males y las estructuras de pecado que infectan la sociedad; el padre Kolbe a la ley del silencio, a la omisión, a la complicidad opone la denuncia hecha con audacia y parresia evangélica. Un ejemplo es la carta dirigida (y publicada en el Caballero) a los diputados del partido democrático-cristiano polaco: “Por esta vez invito muy vivamente a esos honorables señores a declararse abiertamente protestantes, judíos, mahometanos o budistas, o si quieren, declararse cristianos, a serlo de verdad y a no importunar a sus lectores con un cristianismo ficticio. Pero si esta petición no da resultado, estén seguros, señores míos, que consideraré mi sacrosanto deber informar a sus electores, durante las próximas elecciones, para que no se equivoquen otra vez” (EK 1077).


“Amigos y pecadores, enfermos y desanimados también nosotros, cada día nos encontramos sentados como Leví en la mesa de recaudación de los impuestos, ligados a la complicidad de nuestro pecado, como pegados al peso de nuestras ambigüedades. Es Jesús que pasa y llama, revelando la propia identidad, no pide nada, sino que se dona y nos transforma: es el médico que transforma las heridas humanas” (A. M. Caponi, oc 22-23). 

Son nuestras propias heridas y con verdad decimos juntos:

"Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero, Por Su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero." (Sor Faustina, D 475)


Angela Esposito MIPK


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AGREGACIÓN DE TRES NUEVAS VOLUNTARIAS DE LA INMACULADA P. KOLBE EN MONTERO

domingo, 11 de septiembre de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE SEPTIEMBRE 2016

La segunda obra de misericordia espiritual: 
enseñar al que no sabe
Padre Kolbe maestro y guía de quien está en la ignorancia 
y en el error

«El Angel del Señor dijo a Felipe: «Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza…». El se levantó y partió. Un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu Santo dijo a Felipe: «Acércate y camina junto a su carro». Felipe se acercó y, al oír que leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Comprendes lo que estás leyendo?». El respondió: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?». Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este texto de la Escritura, le anunció la Buena Noticia de Jesús.
Y el etíope seguía gozoso su camino.»[1]

“Acércate”. El angel del Señor impulsa a Felipe a acercarse a este hombre, a hacerse su prójimo, su compañero de viaje: es una imagen muy linda de evangelización, de anuncio de la Palabra de Dios. Es necesario aproximarse, acercarse, como hacía Jesús con los publicanos y pecadores, sin miedos, sin barreras, sin tantas seguridades.

“¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”. El etíope busca una persona que pueda guiarlo, instruirlo. Pide de ser ayudado en la compresión del texto sagrado para poder darle una dirección a su vida, cada día y en cada situación.

“Le anunció la Buena Noticia de Jesús”. Felipe da a conocer a Jesús, el descubrimiento de su vida y percibida como buena noticia, que sorprende e ilumina la vida del etíope y de cada uno de nosotros.

“Y el etíope seguía gozoso su camino”. Un alegría que pone en movimiento, que empuja a caminar, hasta correr. Es la alegría del encuentro con Jesús, de la misericordia y de la sanación, de la espera y de la vuelta; es una alegría contagiosa, que hace empezar de nuevo, hacer recorrer nuevos caminos para ir en busca de otros viajeros y hablarles de Jesús, de la Buena Noticia.

El Nuevo Testamento muestra a Jesús mismo como “maestro” (didaskalos, rabbi). Jesús es maestro con su vida y su persona, con los gestos y las palabras. Vivía lo que decía, creía en lo que anunciaba.[2]

Una tarea de particular importancia es enseñar “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen.” (1Pe 3, 15). San Juan Pablo II, en la encíclica Fide set ratio (1998), ha subrayado de manera especial esta tarea para nuestro mundo contemporáneo, afirmando: “Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición.” (n° 48). Por eso termina afirmando que “lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia”. (n° 102).

Pablo VI dijo: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio"[3]. El maestro-testigo Kolbe, de frente a la propagación del mal, intuye que existe un remedio, una fuerza: María, la Inmaculada. Por este motivo da inicio a la Milicia de la Inmaculada, un gran movimiento eclesial de espiritualidad mariana y misionera. Se llama Milicia: una palabra extraña, lejos de nuestro lenguaje, pero es una Milicia en la fe, es un combate para el bien. Pueden pertenecer todos: consagrados y laicos. “Milicia”, como el padre Kolbe dirá: “Porque no puede permitirse descansar, antes bien, por medio del amor pretende conquistar los corazones para la Inmaculada y, a través de Ella, para el Corazón Divino de Jesús y, en definitiva, para el Padre Celestial”.[4] 

El padre Kolbe, apóstol mariano marcado por fuego de la misión, no puede quedarse tranquilo sabiendo que muchas personas infelices no conocen a Jesús. Invita a sus hermanos, amigos y todas las personas con las que se encuentra, a trabajar en el espíritu de la MI hasta el don total de la propia vida. El padre Maximiliano escribe a Fray Pablo Moratti: “Hay aún tantas almas extraviadas, engañadas, seducidas, infelices… Hermosa misión por la que vale la pena vivir, sufrir, trabajar y hasta morir (¡quiera el Cielo como mártires!). Viviendo así nos santificaremos también nosotros, seremos como las víctimas consumidas por el ardor del amor siempre activo”. (EK 31)

La misionariedad del padre Kolbe no nace de un cierto frenesí de su temperamento, sino de su ser consciente que no hay tiempo que perder: “Cada corazón que late sobre la tierra tiene que conocer el Evangelio y esto lo más pronto posible”.[5] Por eso proyecta en los más mínimos detalles una nueva iniciativa: publicar un diario para llevar el mensaje de la Inmaculada a las familias de Polonia y del mundo entero: nace la revista mensual: “El Caballero de la Inmaculada”. Rapidamente se hace necesaria la construcción de Niepokalanów, la “Ciudad de la Inmaculada”, un centro de trabajo, lo llamará Juan Pablo II, donde (cerca de 800 frailes) están animados por un único ideal: comunicar a las personas, a través de la prensa, la verdad que es Jesús. Sembrar en cada corazón palabras de vida.

¿Por qué el Padre Kolbe usa la prensa para la difusión del Evangelio?

Escuchémoslo: “Es bueno edificar iglesias, predicar, fundar misiones y escuelas, pero todo ello será inútil si nos olvidamos del arma más importante de nuestros tiempos, es decir la prensa”.[6] 

Nos dice, en otro escrito, “Un misionero de la pluma no calcula sus éxitos por el número de certificados de bautismos impresos, sino que es un educador de las masas, forma la opinión pública ... Es un camino largo, pero un misionero de este tipo no conduce sólo a los individuos, sino a las masas”.[7]

Es verdad, que en la sociedad post-industrial en la que vivimos, la transmisión de la fe es particularmente problemática: cada gesto y palabra deben ser renovados, sino, de lo contrario, caen en el vacío. Se trata de redescubrir que enseñar (en-segnare) “significa imprimir un signo”, transmitir códigos, métodos e instrumentos de trabajo que permitan a las nuevas generaciones de construir sus propios conocimientos, dialogando y confrontándose reciprocamente, compartiendo puntos de vista y competencias diferentes, con la mirada siempre dirigida a la realidad, a la cotidianidad. Esta fue la intuición de Lorenzo Milani, sacerdote, el cual preparaba a los chicos de Barbiana a afrontar las dificultades de la vida, haciendoles medir cada día con problemas concretos, con situaciones reales. Su “escuela popular” y el programa de “educación civil” con que él pretendía instruir a los analfabetos y a los chicos de Barbiana, lo comprometieron totalmente: él puso todos sus talentos al servicio de estos chicos y de su futuro. Una experiencia sintetizada en el slogan “I care”! (¡me interesa!).

Podemos nosotros hoy, volver y preguntarnos con pasión: educar con todo nuestro ser ¿nos interesa?
Angela Esposito MIPK




[1] Hch 8, 26-31.35.39
[2] Cfr. Mt 23, 1-12
[3] EN 41
[4] EK 1237
[5] Cfr. EK 206
[6] EK 1249
[7] EK 1193

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sábado, 13 de agosto de 2016

VELADA KOLBIANA 2016 EN COCHABAMBA

PADRE KOLBE, HOMBRE DE MISERICORDIA - 14 DE AGOSTO 2016

La primera obra de misericordia espiritual: Dar buen consejo al que lo  necesita
Padre Kolbe: una mano tendida en el abismo de la duda



A diferencia de las obras corporales, las espirituales no derivan del texto de Mateo 25, provienen  de la Escritura, del ejemplo de los santos y del testimonio de los cristianos. Entre las dos series de obras de misericordia, existe continuidad y unidad. Es más, se puede decir que son todas espirituales, caso contrario no serían de misericordia, porque si no van acompañadas de la caridad, se reducen a simples prestaciones sociales, aunque fueran muy buenas.                                                       
Dar buen consejo al que lo necesitaLa tradición bíblica subraya la importancia del consejo: Por falta de gobierno un pueblo se hunde, pero se salva si hay muchos hombres de consejo.” (Pr 11,14).
“Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.” (Mc 6,34).Jesús aconsejó al joven rico en busca de un sentido para su vida: “Si quieres…”, le dice y le lanzó la propuesta llena de coraje que el joven rico no pudo aceptar. Cuando leemos esta obra de misericordia, siempre estamos tentados de pensar en los demás, y no en nosotros mismos que somos inseguros, que dudamos, que estamos necesitados de certezas y verdad (Sab 9, 13-14). Jesús tiende su mano, viene en nuestra ayuda como hizo con Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua, … y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». (Mt 14, 28-31). Un grito muy humano: “¡Señor sálvame!”. Pedro que camina sobre el agua muestra que el milagro no sirve a la fe, no la refuerza. Vive un milagro: “camina sobre el agua”, y sin embargo va en crisis: “¡Señor, me hundo!”. Pedro duda y se hunde, se hunde y cree: “¡Señor sálvame!”… Y Jesús nos alcanza al centro de nuestra falta de fe. No nos apunta el dedo por nuestras dudas, sino nos tiende la mano para que nos aferremos a ella.
 ¿Pero cuál es el criterio para reconocer un buen consejo? La respuesta viene de las palabras del sabio Ben Sirá: “Déjate llevar por lo que te dicta el corazón, porque nadie te será más fiel que él: el alma de un hombre suele advertir a menudo mejor que siete vigías apostados sobre una altura. Y por encima de todo ruego al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad.” (Eclo 37,13-15).
La duda es vista también en su lado positivo: “Es mejor agitarse en la duda que reposar tranquilamente en el error” (Alessandro Manzoni). “Quién sabe más, duda” (Pío II). Tener dudas no es siempre sinónimo de debilidad; al contrario, a veces es el coraje de la verificación, es expresión del sentido de responsabilidad personal y social. Se aprende también de los fracasos. La incertidumbre, la inseguridad acompañan siempre al hombre.
 Etimológicamente el verbo dudar nos remite a la raíz du, de donde proviene “dos”, “doble”, e indica el ser dividido entre dos posibilidades, oscila entre dos alternativas. Tenemos necesidad de quien nos ayude a abrir paso, a indicar el camino, el este, el oriente, el lugar de luz y de sentido.
 También para Raimundo Kolbe, cuando terminó los estudios humanísticos, se presentaba el ingreso oficial en la Orden, entrando al noviciado. Parecía que no tenía dudas sobre su vocación, en cambio, estaba atormentado por una profunda crisis que ponía en juego su futuro. Había dedicado su vida al servicio del Evangelio y de la Inmaculada. Pero ¿cuál era el camino para concretar esta donación total? Quería ser un fidelísimo caballero de María: ¿pero podía combatir de la manera más eficaz si se encerraba en un convento? Así como el joven Francisco de Asís, al cual le fue dicho en una visión: “Repara mi Iglesia” y comenzó la recolección de ladrillos para reparar san Damián, antes de comprender el significado más amplio del mensaje, así el joven Kolbe pensó de abandonar la vida del convento para enrolarse en el ejército.

Vivió días de mucha angustia, pero los sabios consejos del maestro de los novicios padre Dionisio Sowiak y la visita inesperada de su mamá ayudaron a que se caiga el velo de sus ojos con los sueños de gloria militar. Raimundo inició el noviciado y se agregó el nombre de Maximiliano, sin tener la más mínima añoranza, como escribe nueve años después: “… El Dios de la Providencia, en su infinita misericordia y por intercesión de María Inmaculada, me envió a mi madre”.

Nuestro santo no es un super-hombre, sino solamente un hombre con nuestros problemas, nuestras miserias, nuestros vacíos, nuestros miedos. He aquí, cuando el padre Luis Bondini escribía a su discípulo Maximiliano María Kolbe[1]: “Te recomiendo de alejar de vos cada duda e incertidumbre sobre el estado de tu consciencia y sobre la vida pasada y presente. Ten por cosa cierta que todo anda bien y que la Inmaculada está muy contenta de vos”. Afianzado de estas palabras y acogiendo, día tras día, la gracia del Señor Jesús, llegará a decir que “cuando más miserable sea un instrumento, más idóneo será para manifestar la bondad y la potencia de la Inmaculada. San Pablo no duda en absoluto en afirmar que él se gloría de sus propias debilidades, para que a través de ellas se manifieste la potencia de Cristo.” [2Co 12,9].[2]

En su relación de paternidad espiritual con tantos frailes de las comunidades en Polonia y en Japón y con los laicos encontrados en los diversos caminos de la vida, aprenderá, a su vez, el arte de aconsejar, que para él es una obra que educa la mirada e invita a salir para encontrar el mundo del otro. Así será con Fray Zeno, que oportunamente aconsejado, será ayudado a correr en su camino de crecimiento humano y espiritual. Todos los que conocieron al padre Maximiliano experimentaron la verdad de la afirmación del libro del Eclesiástico: su consejo es como fuente de vida.”

 ¡María, madre del buen consejo, ruega por nosotros!



 Angela Esposito (MIPK)


[1] Con fecha 1.2.34
[2] EK 609.

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martes, 12 de julio de 2016

"LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA" - 14 DE JULIO 2016

La séptima obra de misericordia corporal: enterrar a los muertos

Padre Kolbe: un hombre que se dona


  Es la última obra de misericordia corporal, aunque no esté presente en la lista de Mt 25. Ya el Antiguo Testamento certifica el cuidado por los muertos y su sepultura. (cfr. Gen 25,9 para la sepultura de Abraham; Sir 38, 16; Sal 79, 2-3).
  Es ejemplar el comportamiento de Tobit, padre de Tobías, que durante el exilio en Babilonia, poniendo en riesgo su misma vida, daba sepultura a los cuerpos de sus correligionarios ejecutados y abandonados en las plazas (Tb 1, 16-20; 12, 12s.).

  La sepultura de Jesús hace parte del kerygma (anuncio) de la Iglesia primitiva. Pablo, en 1 Cor 15, 20, afirma: “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos”. Esta expresión da a entender que Jesús es la primicia de los muertos que han resucitado. El término primicia instaura una similitud con la realidad agrícola que tiene el objetivo de traducir el concepto expresado en una imagen bien precisa y más fácil de comprender: como las primicias indican que también el resto de los frutos está próximo a madurar, así la resurrección de Jesús inaugura la obra salvífica que se cumple en la vida de cada uno de nosotros. La imagen de la primicia, además, sobre entiende una unión con la naturaleza: las primicias y el resto de los frutos son de la misma especie, y esto significa que la resurrección de Cristo es el modelo de la nuestra.

  Somos testigos de que para algunas personas fue posible pasar de la muerte a la vida, de la profundidad infernal a una existencia plena, gracias al encuentro con el Señor Jesús. En cada tiempo y en cada lugar hay personas a través de las cuales Dios obra resurrección para quien está perdido y para quién no tiene más vida. San Maximiliano Kolbe es una de ellas.

«Yo había conocido a Kolbe poco tiempo antes. Lo había encontrado, de hecho, en 1938, en un congreso de editores de periódicos […] Nuestro segundo encuentro se produjo en circunstancias muy diferentes. Sucedió en Auschwitz, alrededor de fines de junio o comienzos de julio de 1941. Fue cuando pasaron lista por la tarde […]. Los SS entonces nos arrearon a todos hacia el bloque del hospital, donde nos ordenaron llevar cadáveres al crematorio […].
Yo no era joven –hasta combatí en la Primera Guerra Mundial–, pero nunca había tocado un cadáver. Ahora tenía el primero delante de mí. Un joven, completamente desnudo, con el vientre desgarrado, las piernas sangrientas, mientras que sus manos retorcidas y su rostro hablaban claramente de su sufrimiento agónico. Yo no pude avanzar ni un paso más hacia él. El guardia comenzó a gritar hacia mí, pero en ese momento una voz calma dijo: «Levantémoslo, hermano». Apenas cruzamos el umbral del crematorio, oí su voz baja y clara decir: «Descansen en paz». Un momento después susurró: «Y el Verbo se hizo carne».
Solo entonces me di cuenta de que mi compañero era el franciscano de Niepokalanów, el Padre Kolbe.»[1]

Otro amigo de Kolbe era un sastre de 36 años, Alejandro Dziuba, que estuvo en Auschwitz desde septiembre de 1940. Recuerda: «Padre Kolbe, durante nuestras horas libres –es decir, después del trabajo diario y los domingos por la tarde– solía reunir en torno a sí a hombres confiables, no siempre a los mismos, y nos hablaba sobre temas espirituales. Confortaba nuestras almas y nos hacía más seguros para enfrentar nuestro miedo a la muerte. Recuerdo que decía: «Yo no le temo a la muerte; temo al pecado». Nos señaló a Cristo como el único apoyo seguro y la ayuda con la que podíamos contar».[2]

  En los campos de exterminio nazis todo terminaba en una espesa nube de ceniza suspendida en el aire. No obstante, la fe y el amor supieron sugerir gestos de una belleza inaudita, como aquel más extraordinario: el don completo de sí.
Dar un paso adelante…, Padre Maximiliano, pide de morir en lugar de un padre de familia. El pedido es inexplicablemente escuchado. Esta vez el no dona un pedazo de pan, sino toda su vida para salvar otra.

  Padre Maximiliano creyó firmemente que “solo el amor crea” y que “en el anochecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor” (San Juan de la Cruz). El remordimiento más grande, en la hora extrema, es la conciencia de no haber amado, remordimiento que no habita cietamente en la vida de Sally Trench, autora del famoso libro “Seppllitemi con i miei stivali” (“Entierrenme con mis botas”).[3]

  Jovencita, una gran esperanza del tenis, tira la raqueta, abandona a familia y las seguridades económicas para vivir en la calle, entre los vagabundos y desesperados de la metrópolis, con ellos en sus refugios, en las estaciones, entre las ruinas de una casa y de una vida. Quiere ver, entender, dar una mano. “Amor, compasión y perdono son tres grandes pilares de la vida”, dice Sally: «Mi Dios es un Dios de amor».

  Para superar la angustia y el miedo de la muerte no hay otro camino que la comunión, aquel amor que el Cantar de los Cantares define como “fuerte como la muerte” (Cfr. Ct 8,6).

  “Lo que hicimos solo para nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hicimos por lo demás y por el mundo queda y es inmortal”. – Harvey B. Mackay (* 1932).



Angela Esposito MIPK


[1] Maximiliano Kolbe, un hombre para los demás, Patricia Treece, Ed. De la Inmaculada.
[2] Idem.
[3] Un libro que en el 1966 vende casi 2 millones de copias y fue traducido en 26 idiomas. 

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SEMANA DE FORMACIÓN PERMANENTE PARA LAS COMUNIDADES DE BOLIVIA

15 AÑOS DE PRESENCIA MISIONERA EN COCHABAMBA

lunes, 13 de junio de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE JUNIO 2016

La sexta obra de misericordia corporal: 
“Visitar a los presos”
Padre Kolbe: hombre que se hace cercano a los prisioneros



 “Estuve preso, y me vinieron a ver" (Mt 25,36). Esta obra consiste en la misericordia dirigida hacia los últimos de la sociedad: los extranjeros detenidos, que se encuentran totalmente solos, lejos de la propia tierra y de sus seres queridos; los jóvenes drogadictos, que viven su calvario al límite de la desesperación; en general de todos aquellos que viven una soledad amarga.

Las palabras de Jesús presentan al encarcelado como una persona necesitada de cuidado  de cercanía, de amistad. Jesús se hizo compañero de los pecadores y de personas deshonestas. El no vacila en, asumir la condición de prisionero, condenado a muerte y crucificado, en aparecer culpable suscitando repugnancia y disgusto en aquellos que lo ven y proyectan sobre él el mal de que es acusado.

El Nuevo Testamento recuerda las encarcelaciones que sufrieron los apóstoles, Pedro y Pablo en particular. La comunidad se hace cercana a Pedro, incluso en la cárcel, intercediendo por él: Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él”. (Hech 12, 5)

Pablo, en su canto, expresa gratitud por la cercanía concreta brindada por los cristianos de Filipos durante su detención, y manifestada a él con el envío de ayuda por medio de Epafrodito[1]. El autor de la carta de los Hebreos escribe así: Acuérdense de los que están presos, como si ustedes lo estuvieran con ellos” (Heb 13,3). Este recuerdo pone al prisionero en el corazón de la comunidad cristiana y hace que sus hermanos cuiden de él.

La pérdida de la libertad, la soledad, el aislamiento, la prospectiva de estar en la cárcel mucho tiempo muchas veces induce a embrutecerse, a perder el interés por la vida hasta intentar el suicidio. Atrapado entre la desesperación y la rebelión, el prisionero tiene necesidad de una persona que lo escuche y le hable, que le haga saber, con su presencia y acogida, que él es más grande de los actos que cometió y que no es reducible a ellos.

Muchos recordarán la visita que el Papa Juan XXIII hizo a la cárcel de Reina del Cielo. Mientras se dirigía hacia la salida de la prisión, el Papa vio un hombre apartarse del grupo de los reclusos que se encontraban en torno al altar. Él se arrodilló a sus pies y  dirigiendo sus ojos rojos de tanto llorar hacia él, le preguntó: “¿las palabras de esperanza que usted ha pronunciado también valen para mí que soy un gran pecador?” Roncalli no contestó. Se inclinó sobre el hombre, lo ayudó a levantarse, lo abrazó y por largo tiempo lo tuvo estrecho a sí. “Y llegado a este punto”, escribe el Mensajero de Roma, el 27 de diciembre de 1958, “que la manifestación hizo temblar los muros de Reina del Cielo”.

“Dios los ama siempre, no tienen importancia los errores que han cometido”. Escribe Papa Francisco a los detenidos de la Casa circondariale de Velletri.

Hoy, (a) esta obra de misericordia, debería ir junto a otra, ayudar a los prisioneros a reinsertarse en la sociedad, es decir a encontrar un trabajo honesto, que les permita construir un futuro digno. Caso contrario se riesga perder recursos y energías, y poco tiempo después, volver a la cárcel con las mismas personas, en condiciones peores.
 “No basta castigar al malvado sacándole la libertad de hacer el mal. Es necesario enseñarle a hacer el bien” (Juliette Colbert)
De esto, se hace eco padre Maximiliano Kolbe, patrono también de los encarcelados, porque el mismo, durante la invasión alemana de Polonia, fue prisionero en la cárcel de Lamsdorf, después de Amitiz y Ostrzeszow, luego en Pawiak y, deportado finamente a Auschwitz. También en este campo de horror repetía continuamente: “Solo el amor crea, el odio no es una fuerza creadora”.
Los testimonios coinciden: Parecía tener dentro un imán espiritual con el cual atraía a todos. Insistía en el decir que Dios es bueno y misericordioso. Habría querido convertir todo el campo nazi. Y no solo rezaba por ellos, sino que nos exhortaba a rezar para la conversión de estos. (Enrique Sienkiewicz).    

“Sabía reencender la esperanza de resistir, porque había entendido que también en la cárcel el mal se combate con el bien. Alejandro Dziuba, uno de los deportados sobrevivientes: “A él le debo el hecho de estar todavía vivo, de haber resistido y de haber vivido para ser liberado. Estaba al borde de la desesperación. El jefe Nazi  en esos días no hacía más que golpearme en el trabajo. Decidí terminar con mi vida, Padre Kolbe, cuando lo supo, me vino a buscar, me devolvió la calma y logró convencerme de no pensar más en el suicidio. Yo lo llamo el apóstol de Auschwitz porque transcurría cada momento libre ayudándonos con oraciones y diálogos, recogiendo el mayor número de personas posible a su alrededor y la paz volvía a nuestros corazones”.

“No se abatan moralmente, nos exhortaba, asegurándonos la victoria del bien sobre el mal, porque la justicia definitiva no es de los hombres, sino solo del Dios de misericordia” “Escuchándolo me olvidaba por un momento del hambre y el deterioro a lo que éramos sometidos. Nos hacía ver que nuestras almas no habían muerto, que nuestra dignidad de católicos y de polacos no estaba destruida. Confortados en el espíritu, volvíamos a nuestros bloques repitiendo sus palabras” (Miecislao Koscielniak).

Cuando un joven detenido afirmó de odiar a los alemanes porque le habían matado a sus padres y hermanos, el padre Kolbe respondió: “Enriqueto, no permitamos a nuestros torturadores de que nos hagamos con ellos, el odio no es fuerza creativa, sólo el amor crea”. Su presencia luminosa logró poco a poco suscitar, en nuestros corazones endurecidos y sedientos de venganza, sentimientos de misericordia y bondad, según el ejemplo de Cristo que perdona sobre la cruz a sus torturadores y vence el mal y la muerte con el amor.
De aquí la tarea, para todos nosotros, de extirpar las raíces de resentimiento y revancha que envenenan las relaciones humanas y promover, en cambio, el diálogo y la reconciliación a nivel familiar, social, eclesial y ecuménico y ser así levadura evangélica que produce obras de misericordia.


Angela Esposito MIPK



[1] cf. Fil 1,13-14.17; 2,25; 4,14-18.


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