Padre Kolbe: el hombre que “se hace cargo”
Continuamos nuestro viaje recorriendo el camino
propuesto por el Jubileo de la Misericordia y nos detenemos en la tercera obra
de misericordia: “vestir al desnudo”.
La Biblia propone una actitud de compasión frente a la
desnudez: “Comparte tus vestidos con los que
están desnudos.” (Tb 4, 16): es una de las recomendaciones que Tobit hace con
mayor fuerza a su hijo Tobías. Para ponerse en viaje, Tobías debe aprender a
dar limosna, debe aprender el arte del compartir. En el lenguaje bíblico
limosna no es, como nos imaginamos, un gesto de benevolencia hacia alguna
persona que padece una necesidad, sino es una actitud de misericordia mediante
la cual se quiere expresar una relación plena, un acuerdo profundo, una
comunión generosa e incondicional con las creaturas de Dios que encontramos en
el viaje de la vida.
La escritura alaba a quien “viste al desnudo” (Ez 18, 16) y reconoce en
este acto el verdadero ayuno: “Este es el ayuno que yo amo
–oráculo del Señor–: cubrir al que veas desnudo” (Is 58,7). En el juicio
universal esta acción es calificada como obra de misericordia porque justamente
sobre la misericordia y el amor seremos juzgados: “Estaba desnudo, y me
vistieron" (Mt 25, 36). El juicio universal según Mateo, consiste en la
misericordia brindada hacia los más necesitados. En la parábola del buen
samaritano (Lc 10, 25-37) está indicado el respeto y el cuidado que los
cristianos deben tener hacia el cuerpo, sobre todo de quien se encuentra en el
sufrimiento y en la desnudez.
El acto humano de vestir a quien está
desnudo se basa, para la Biblia en el gesto originario del mismo Dios que
revistió la desnudez humana preparando las túnicas para vestir a Adán y Eva después de la
transgresión: “El Señor Dios hizo al
hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió.” (Gen 3, 21). Ellos
verán restituida su dignidad, verán su fragilidad envuelta por la misericordia
divina, sus límites protegidos y cubiertos. Vestir al que está desnudo implica un
cuidar de su cuerpo, pero también un cuidar de su alma, en cuanto que el
vestido protege la interioridad y subraya que el hombre es una interioridad que
necesita custodia y protección.
Del Padre Kolbe: el hombre que “se hace cargo” de los otros, Warren P. Green
y Daniel L. Schlafly afirman: “Numerosos testigos han declarado que en
el otoño-invierno 1939/1940 el padre Kolbe ayudó a muchos pobres sin tener en
cuenta si eran cristianos o judíos…”. En Niepokalanów fueron acogidas, durante la guerra
3500 personas, de las cuales 1500 eran judíos. La primera llegada de los
hebreos a Niepokalanów se remonta al 12 de diciembre de 1939.
Padre Kolbe, que era el superior
del convento, acogía con corazón franciscano a todos los desdichados y
compartía con ellos todo lo que era posible. Trataba con gran amor a los judíos
y a todos los prófugos. La comida para los judíos, como para todos en el
convento, era simple, pero atentamente preparada y en cantidad suficiente para
el desayuno, el almuerzo y la cena. Además, los judíos enfermos recibían
porciones especiales, según las necesidades que tenían.
Fray Hieronim (muerto el 4 de agosto del 2001)
y fray Juventyn (muerto el 27 de julio de 1997) recordaban estas instrucciones
de Maximiliano: “Tenemos que hacer de todo para aliviar la esclavitud de estas
pobres personas, arrancadas del nido de sus familias y privadas hasta de las
cosas indispensables. Tenemos que hacernos cargo de nuestros compatriotas (…).
No tienen que existir diferencias por su religión o raza. Son todos polacos,
incluso los judíos”. “Para cada uno Maximiliano tenía una palabra de consuelo, se
acercaba a cada uno que lloraba para aliviarlo en su situación dolorosa de
desterrado. Nosotros frailes, atraídos de su ejemplo, compartíamos con ellos la
comida y la ropa.
La sra. Zajac, portavoz de los hebreos
refugiados en Niepokalanów le dice a Padre
Kolbe: “nuestras vidas fueron destruidas por la invasión. Fuimos sacados de nuestras casas y llevados
por la fuerza al exilio. Para nosotros fue imposible celebrar la Fiesta de
la Luz. Tuvimos que renunciar a
la fiesta de Hanukkah, ahora nuestros hijos pueden finalmente ser partícipes de
una fiesta. Es una experiencia muy linda para nuestros pequeños. Obligados a
abandonar sus casas y la seguridad que el contexto familiar le aseguraba,
estaban confundidos y muertos de miedo… asustados”. Pero, el padre Maximiliano, juntos a sus hermanos, los hacían sentir en
casa y les transmitía seguridad y estabilidad. Nos han revestido de acogida y de dignidad.”
Los prisioneros de guerra, los sin techo, los
huérfanos, los hebreos expulsados de todos lados, en Niepokalanów, por fin, se
sintieron como en su casa. Los excluidos de la vida, en la desnudez de su
impotencia y miseria, en la humillación y privación de su dignidad,
experimentaron la belleza de vivir con los frailes que se hacían cargo de
ellos. Maximiliano con sus frailes no organizaron una colecta para ayudar y
enviar a los necesitados, sino que los recibieron bajo su mismo techo. En el
encuentro cara a cara con el pobre nos dio una demostración concreta de caridad
y gratuidad. La persona acogida no se sentía humillada, sino en el centro de
una relación de ternura y amor que de devolvió su propia unicidad como persona,
de creatura de Dios.
Un proverbio indio dice:
“todo lo que no es donado, regalado, se pierde”
Nosotros
somos ricos solo que lo que donamos.
Angela Esposito MIPK
www.kolbemission.org