“… Envió a su Hijo, nacido de
una mujer…”.
Nos
ponemos a la escucha de las Escrituras para poder conocer el verdadero rostro
de Dios. Un Dios que viene a nosotros. “Cuando se cumplió el tiempo
establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer…” (Gal 4,4). Si en el Antiguo Testamento Dios llenó el tiempo con su obra
de salvación, Él, con Jesús, llenó el tiempo de sí mismo. La encarnación marca
la plenitud de los tiempos, no en el sentido de que el tiempo ha madurado, se
ha hecho pleno y ha causado el envío del Hijo, sino todo lo contrario, como
dice Lutero, "es el envío del Hijo el que lleva al tiempo a la plenitud".
Cristo "en el que reside toda la
plenitud" (Col 1,19) llena con su presencia nuestro tiempo, y "de su plenitud todos hemos recibido,
gracia sobre gracia” (Jn 1,16). El movimiento de la gracia es de arriba hacia
abajo. “Cuando se cumplió el tiempo
establecido, Dios envió a su Hijo, nacido
de una mujer…”. En la Biblia, como también en los himnos de Qumrán, la
expresión “nacido de una mujer” indica fragilidad y caducidad. Es esta vida
frágil y mortal que el Hijo de Dios asume y desposa. “Nacido de una mujer”: “la
mujer que no puede tocar el rollo de la Palabra de Dios, dará a luz a la
Palabra de Dios que se hará carne."
En la plenitud del tiempo Dios se dirige a María
de Nazaret: “¡Alégrate!,
llena de gracia, el Señor está contigo... Concebirás y darás a luz un hijo,… Yo
soy la servidora del Señor, hágase en mí” (Lc 1, 26-38). El ángel se dirige a
la joven con un nombre personal, “su nombre era María”, llamándola “llena de
gracia”. En griego la expresión: “alégrate, llena de gracia” es un “pasivo
divino”, la acción la hace Dios, y significa: tú eres amada por Dios y para
siempre. El ángel llama a María con un nombre nuevo, con el cual Dios la pensó
desde la eternidad. Su nombre es Amada. Finalmente, la mujer llamada por nombre
dice su “sí”, “Hágase en mí”.
La
respuesta de María es una total entrega de sí misma. La Virgen se hace “seno
acogedor”. Jesús viene e inaugura la nueva creación. La nueva creación es
inaugurada por Hijo de Dios en el seno de María. Una nueva relación, ya no
basada en la ley, sino en la acogida de su amor gratuito anunciado a María, la
amada, por toda la humanidad. Antes de ser llamada para dar algo a Dios, la
Virgen es llama a recibir un don de Dios. A recibirlo a él mismo. No importa si
la llevará a darlo a luz en un establo, ella continuará confiando en Él y así
podrá escuchar el canto de los ángeles que anunciaron los pastores. María vive
y camina con la presencia de Dios dentro de ella. Rumia en la reflexión
interior todas las palabras y los acontecimientos que acompañan el Nacimiento y
toda su existencia. “Hágase”, un sí que repetirá cada día de su vida.
Sí, es
la palabra de los enamorados, de los “locos”, como loco era llamado el padre
Kolbe. El “loco de la Inmaculada”, se convierte en el loco del Señor.
Sí, dice
el padre Kolbe para fundar la Milicia de la Inmaculada y llevar a Jesús,
“nacido de una mujer”, al corazón del mundo.
Sí,
repite cuando comienza la actividad editorial en Polonia.
Sí, para
fundar y animar la ciudad de la Inmaculada.
Sí, dice
una vez más y por última vez en el campo de Auschwitz, para que no maten al ser
humano porque está hecho para un amor más grande.”
Sí, para
que el ser humano no se crea que Dios no existe o que si existe no le importen
las personas. ¡Dios es amor! Y el campo se iluminó. Se vistió de luz. Y Dios se
apuró a renacer en los corazones desanimados y desconfiados de los hombres y de
las mujeres detrás de un alambre de púas. El alambre se rompió y se vislumbró
una rosa, símbolo de amor, signo visible
del corazón que se entrega sólo a Dios, a su amor gratuito y para siempre! Y
aquellos hombres y mujeres, que dirigiéndose hacia el rostro de Dios,
sintiéndose mirados, se sintieron llamados por su verdadero nombre: Tú eres
amado por mí, tú eres amada por mí. La luz los envolvió y una nueva palabra se
abrió camino en las tinieblas: “Hoy, nos ha nacido un Salvador”.
Si nos fiáramos
de Dios y de su Palabra, también en los corazones de los hombres y las mujeres
de este nuevo milenio, se rompería el alambre de púas de los deseos del dejarse
estar porque "total ya no hay nada más que hacer". Se rompería el
alambre de púas del resentimiento, del rencor, del odio que, como un pulpo con
sus tentáculos de muerte, nos envuelve y nos ahoga. Y podríamos escuchar la
palabra verdadera de Dios para nosotros, la palabra del amor, entregada a María
desde siempre.
Un Niño, “nacido
de una mujer”, cambia la historia. Un número, 16670,
entre millones de otros números, ilumina la noche oscura del campo de Auschwitz.
En la noche de Navidad, en la noche de todos los tiempos Dios irrumpe en el
corazón del mundo y el tiempo se “llena”, se plenifica. Nace el amor.
Todos
nosotros somos hombres y mujeres de este mundo “terrible y magnifico”
somos destinatarios del amor de Dios. Amados, nos ponemos en marcha por los
caminos de la vida para contar la novedad que trae el Niño de Belén: ¡Dios te ama!
por la
comunidad
Angela
Esposito