martes, 13 de diciembre de 2016

"LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA" - 14 DE DICIEMBRE 2016

La quinta obra de misericordia espiritual: 
Perdonar al que nos ofende

Padre Kolbe, perdonado, perdona




“Padre, perdónalos, porque no saben lo hacen”. Con estas palabras de Jesús en la cruz, meditamos la quinta obra de misericordia espiritual: Perdonar al que nos ofende.

La historia de la revelación bíblica es también la revelación de Dios “rico de perdón” (cfr. Es 34,6-7; Sal 86,5; 103,3). En Cristo, muerto por nosotros mientras éramos pecadores (cf. Rm 5,6-10), el perdón ya se había dado a cada hombre, y por lo tanto también la posibilidad de vivirlo.

La Escritura, en la relación entre Dios y el hombre pecador, da una indicación muy precisa. Dios es la parte lastimada que recibe el mal y perdona. Sólo después de haber perdonado, imputa al pecador, con fin de ponerlo delante de su propio pecado, para que se dé cuenta de lo que ha hecho, pueda reconocer su culpa y abrirse al perdón que se le dio gratuitamente. Ilumina esta realidad el encuentro entre el Profeta Natán y David. 

La tradición judaica ha puesto el Salmo 51 en los labios de David exhortado a la penitencia con las palabras severas del Profeta Natán[1], que le reprocha el adulterio cometido con Betsabé y el homicidio de Urías, su esposo. Dios entra en el pecado de David, entra en el pecado de cada uno de nosotros, no para justificarlo, sino para donarnos la fuerza necesaria para reconocerlo. Qué lindo sería decidirnos desde ahora a perdonar a los otros como Dios nos perdona, qué lindo sería si primero perdonáramos a quien nos a hecho el mal y después nos pondríamos en camino para encontrar a la persona que ya hemos perdonado en nuestro corazón

El Papa Francisco, en este año del Jubileo de la Misericordia, ha hablado muchas veces del perdón de Dios, como San Pablo afirma: “Este tiempo de gracia para la Iglesia nos recuerda que nada nos puede separar del amor de Cristo”. “Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentra su culmen en el perdón. Jesús perdona. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No son solamente palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que está junto a Él. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar a cualquier hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, para todos. Sin excluir a nadie, se ofrece a todos”. Pero ustedes pueden preguntarme: «Pero Padre dígame ¿El que ha hecho las cosas más malas duran te la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?» — «¡Sí! Sí: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente tiene que acercarse arrepentido a Jesús y con ganas de ser abrazado por Él”.[2] En el perdonar, Dios no mira el mérito, más bien le basta, una chispa de arrepentimiento, una palabra dicha con el corazón, como lo hizo el buen ladrón ante Jesús crucificado.

Dios no sólo perdona, no sólo olvida nuestros pecados, sino que olvida también el habernos perdonado.

“La misericordia es el nombre de Dios y es también su debilidad, su punto débil”, remarca Francisco. “Su misericordia lo llevó siempre al perdón, a olvidarse de nuestros pecados. A mí me gusta pensar que el Omnipotente tiene mala memoria. Una vez que te perdona, se olvida. Porque es feliz perdonando. Para mí esto me basta”.[3] 

Desde su nativa Polonia San Maximiliano Kolbe partió como misionero hacia Japón. Aquí más que en otro lugar, su vida estuvo marcada por muchas pruebas, angustias y sufrimientos provocados por personas cercanas a él, tanto que escribió en una carta a su Superior general: “Llevó, pues, esta cruz, más pesada que ninguna de las que he tenido jamás... » (SK 487).

Había cultivado por muchos años en el corazón que «los hermanos que crucifican son un tesoro, ¡ámalos!» (SK 968) y lo hizo también cuando “acusado de fundar una nueva Orden, perdonó al Padre Costanzo, intérprete de esta instancia que presentó al Padre General (Padre Cornelio Czuprik). Él lo invitó a apreciar la belleza de ir al encuentro del otro, porque las relaciones fraternas deben ser animadas por el amor, un amor que no excluye el sufrimiento, sino que está alimentado por el perdón y el compromiso de no ofender a los otros: «El amor mutuo no consiste en el hecho que nadie nos procure nunca ningún disgusto, sino en que nos esforcemos en no procurar disgustos a los demás y nos acostumbremos a perdonar enseguida y totalmente todas las ofensas». (SK 925) 

Padre Kolbe estuvo siempre comprometido en buscar el bien y cumplirlo, por eso cuando la guerra desbastó su convento y alejó a muchos de los 700 frailes que vivían allí, escribió: «Padre Nuestro: perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt. 6,12). 

Esta oración nos la enseñó Jesús mismo. Por eso es suficiente el perdón completo de las ofensas que nos han hecho para obtener el derecho al perdón por las ofensas que hemos hecho a Dios. Qué desgracia, pues, si no tuviéramos nada que perdonar y qué suerte cuando en un sólo día tenemos muchas y muy graves culpas que perdonar». (SK 925) 

En el campo de Auschwitz, en el momento en que la vida era simplemente un número, sigue repitiendo “Sólo el amor crea, por eso no tengan miedo a quien les hace el mal, no matarán nuestras almas...”. En el pleno de la persecución nazista: “el odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor”. Cuando un joven hebreo, de nombre Enrique, le confesó que odiaba a los alemanes porque le habían matado a toda su familia, el Padre Maximiliano le contestó: “Enriquito, no debemos odiar a ninguno, porque nos ponemos a su nivel y nos transformamos en nuestros propios torturadores”.

¡Ave María!: fue la última invocación que pronunciaron los labios de San Maximiliano mientras extendía el brazo a quien lo mataba con una inyección ácido fénico. La última oración, la última “Ave María” del Padre Kolbe no fue para sus familiares, no fue para sus amigos, fue para el Doctor Bock que lo estaba eliminando del escenario de la vida. Quiere salvarlo también a Él.

Ciro condenado a cadena perpetua, estaba en la cárcel desde hacía 25 años: participaba de un taller que hacía hostias que eran donadas a las parroquias de todo el mundo. Él fue uno de los detenidos que transmitió su experiencia en el Jubileo de los presos, el domingo 6 de noviembre en la Basílica de San Pedro, donde el Papa después celebró la Misa, y se presentó con Isabel, una joven mujer que hacía seis años que le habían matado a su hijo de 15 años, Andrés. Juntos iniciaron un proyecto de “justicia y reparación”, en el cual las víctimas y los victimarios aprenden que sólo pidiendo y ofreciendo el perdón tienen la posibilidad de tener paz en el corazón.


Ángela Esposito MIPK



[1] Cf. II Sam 11-12
[2] Audiencia del miércoles 28 de septiembre de 2016, Papa Francisco.
[3] https://it.zenit.org/articles/papa-ad-avvenire-giubileo-ispirato-dallo-spirito-ecumenismo-non-e-protestantizzare-la-chiesa/

www.kolbemission.org

ANIMACIÓN DE LA NOVENA A LA INMACULADA EN UYUNI - POTOSÍ