lunes, 13 de noviembre de 2017

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE NOVIEMBRE 2017

Fátima: la luz de la fe en la hora de las tinieblas 


Fátima nos recuerda, en las apariciones en Loca do Cabeço (entre abril y octubre de 1916) que el Señor, frente a la infidelidad y al pecado del hombre, nos pone cerca a un Ángel que fascina con la luz de su presencia, que conforta, exhorta, reprocha e invita, una vez más a caminar los caminos de Dios. Estas apariciones, narradas por Lucía, vienen clasificadas como “el ciclo angélico”.

El 13 de mayo de 1917 (primera aparición) los tres partorcitos fueron testigos de las apariciones de la Señora “más resplandeciente que el sol” sobre una encina. “Era toda luminosa, emanaba una luz fulgurante; estaban a poco más de un metro y los tres pastores quedaron maravillados al contemplarla, mientras que la Señora habló por primera vez alentándolos: “No tengan miedo, no les haré del mal”. Su vestido hecho de luz y blanco como la nieve, tenía en la cintura un cordón de oro; un velo con encajes de oro le cubría la cabeza y la espalda, y descendía hasta los pies como un vestido...” 

La tercera parte del secreto revelado el 13 de julio en Ciova de Iría-Fátima dice así: “Escribo por obediencia a Ti mi Dios, que me lo mandaste por medio del Obispo de Leiria y de la Santísima Madre... Hemos visto del lado izquierdo de nuestra Señora un poco más alto un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; chispeando, emitía llamas que parecían que iban a incendiar el mundo, pero se apagaban al entrar en contacto con el esplendor que nuestra Señora emanaba de su mano derecha hacia él” 

El Papa Benedicto XVI, en la visita a Fátima en el 2010, la comentó con estas palabras: “La visión muestra que la fuerza que se contrapone al poder de la destrucción es el esplendor de la Madre de Dios”.2 

El 13 de octubre Cova de Iría, estallaba de gente, que asistía al milagro del sol. La Virgen, después de haber dicho “los hombres no deben ofender al Señor que ya es muy ofendido”, “Abrió de nuevo las manos y lanzó un rayo de luz en dirección del sol mientras ella se elevaba hacia el cielo...” 

El elemento de la luz y del sol es muy claro en las descripciones que nos dejó la Hna. Lucía en sus Memorias. Siempre, cuando María desciende sobre la tierra, está acompañada de la luminosidad ultraterrena que los niños no están en grado de describir. Tienen la sensación que esa luz resplandeciente venga de Dios, que es la luz de la presencia de Dios. 

“Una experiencia de gracia que los hizo enamorar de Dios en Jesús, al punto que Jacinta exclamaba: “¡Me gusta tanto decirle a Jesús que lo amo! Cuando se lo digo muchas veces, me parece de sentir un fuego en el pecho, pero no me quemo”. Y Francisco decía: “Lo que me gustó más de todo, fue ver a Jesús en aquella luz que nuestra Madre nos puso en el pecho. ¡Quiero mucho a Dios!”. Con corazón agradecido y maravillado san Juan Pablo II exclama: “Estamos bien aquí, en la casa de María... Esta enorme multitud de peregrinos con las velas de la fe encendidas y el rosario entre las manos me confirma que estoy en Fátima, en el Santuario de la Madre de Dios y de los hombres y mujeres... Viva siempre en nuestros corazones Jesucristo, como haz de luz que indica el camino hacia la tierra prometida...”3 

María, trajo a la humanidad la luz del mundo-Cristo. Así ahora viene a nosotros como la estrella que indica a la humanidad el camino de regreso a Dios. La acogida de la Palabra en la propia vida es el presupuesto fundamental para ser verdaderos testimonios de Cristo: “Ustedes son la luz del mundo... Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”4 

Cuando seguimos como única regla la vida del amor, entonces somos luz para los que nos traten. Cuando dos personas sobre la tierra se aman, se convierten en luz en la oscuridad, lámpara para pasos de muchos. Quien ilumina a otro, se ilumina a si mismo. Como dice el profeta Isaías: “tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía” (58, 10): todo el día está envuelto de la luz que que se extiende en todas las direcciones allá, donde el corazón humano se expresa siempre sin doblez, sin interés personal. 

San Maximiliano Kolbe con su vida y con su obrar ejercitó una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización del amor. En la atormentada historia de la humanidad es como un “astro luminoso”, una luz para nuestro camino. Maximiliano es luz para quién se acerca, porque cree que el bien es posible también en una situación que parezca lo contrario. “Su muerte significó la salvación de miles… Y mientras vivamos, nosotros, los que estuvimos en Auschwitz, inclinaremos nuestras cabezas…, como en ese tiempo inclinamos las cabezas ante el búnker de la muerte por hambre. Eso fue un shock lleno de optimismo, que nos regeneró y confortó. Fuimos impactados por ese acto, que se convirtió para nosotros en una poderosa explosión de luz en la oscura noche del campo...”5 

“¿Cómo no mencionar la imagen luminosa para nuestra generación del ejemplo del bienaventurado Maximiliano Kolbe, discípulo genuino de San Francisco? En medio de las más trágicas pruebas que ensangrentaron nuestra época, él se ofrece voluntariamente a la muerte para salvar a un hermano desconocido; y los testigos nos cuentan que su paz interior, su serenidad y su alegría convirtieron de alguna manera aquel lugar de sufrimiento, que era como una imagen del infierno para sus pobres compañeros y para él mismo, en la antesala de la vida eterna.”6 

Benedicto XVI, en ocasión de la visita a la parroquia dedicada a san Maximiliano 7, afirmó: “¡En qué gran luz se convirtió él! ¡Cuánta luz salió de esta figura que dio coraje y motivó a los otros a entregarse, a estar cerca a los que sufren, a los que son oprimidos!”. 

Sí, la vida de san Maximiliano fue una caricia de Dios para todas las personas en dificultad que encontró en su camino.

María, tú que vienes del cielo y entras en las noches del mundo, tú que habitas en medio de los inviernos de los corazones, tú que sales a nuestro encuentro como una esplendor, muéstranos la luz de Cristo para que cada uno de nosotros pueda decir: Tú eres mi Señor y mi Dios. 

Angela Esposito MIPK

1 Juan Pablo II, Santuario de Fátima 1991.
2 Memoria de Hna. Lucía, l, 42 y 126 (Benedicto XVI 2010).
3 San Juan Pablo II, Fatima, 10 mayo 1991.
4 Papa Francisco
5 Patricia Trecce, Maximiliano Kolbe, Un hombre para los demás. II ed. pag. 223-224.
6 Pablo VI, Gaudete in Domino. AAS (1975). N° 41 
7 Roma, 12.12.2010.


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