Padre Kolbe y el mundo del sufrimiento
Para
la reflexión de este mes tomamos algunos puntos de la XXII Jornada Mundial
del Enfermo, que este año tiene como tema Fe y Caridad. El mensaje inicia
con estas palabras: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos»1 (1 Jn 3,16).
Proponemos
algunos pasajes: «Cuando nos acercamos con ternura a los que necesitan
atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio de las
contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás se vuelve
el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el nuestro
se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de Dios.
Para crecer en la ternura, en la caridad respetuosa y delicada, nosotros
tenemos un modelo cristiano a quien dirigir con seguridad nuestra mirada. Es la
Madre de Jesús y Madre nuestra, atenta a la voz de Dios y a las necesidades y
dificultades de sus hijos. María, animada por la divina misericordia, que en
ella se hace carne, se olvida de sí misma y se encamina rápidamente de Galilea
a Judá para encontrar y ayudar a su prima Isabel; intercede ante su Hijo en las
bodas de Caná cuando ve que falta el vino para la fiesta permanece con
fortaleza a los pies de la cruz de Jesús. María es la Madre de todos los
enfermos y de todos los que sufren. Es la Madre del crucificado resucitado:
permanece al lado de nuestras cruces y nos acompaña en el camino hacia la
resurrección y la vida plena… El que está bajo la cruz con María, aprende a
amar como Jesús.»2
El
Padre Kolbe vive al pie de la letra estas palabras. En Niepokalanów, un centro
de trabajo, de comunión, de oración donde vive con sus frailes, llama la
atención su ternura para con sus hermanos. De los archivos del Vaticano emerge
que: “El Padre Kolbe por temperamento tiende a la ira, por naturaleza es irritable
y apasionado. Pero por virtud es calmo.” En Niepokalanów con el Padre Kolbe
viven más de 700 frailes con los cuales ha tenido un vínculo profundo. Es para
ellos un padre: “Yo creo que jamás un padre, un madre amarán un hijo como el
padre Kolbe nos amaba a nosotros.” Un día lo llaman con urgencia en la imprenta
porque un hermano había roto una máquina. Todo era humo, el trabajo se había
parado. El Padre Kolbe llega al lugar del incidente y la primera cosa que le
dice al hermano, es: “¿te lastimaste?”. Para el Padre Kolbe el primado
pertenece al espíritu: basta ver con que insistencia suplica al Ministro
Provincial porque quiere alejar de la orden al profeso simple, Fray Evaristo,
que está gravemente enfermo: «Si él hasta el fin de su vida no pudiese hacer
otra cosa más que estar enfermo y fuese necesario gastar para él mucho dinero
de la caja de la revista, él es un religioso
tan extraordinario que vale la pena tenerlo, aunque nada más sea para
atraer, por sus méritos, la bendición de Dios por medio de la Inmaculada.”(EK
148). Otra demostración de su ternura: «Que Fray Evaristo se ocupe siempre de
que Fray Alberto tome algo por la tarde como merienda y a media mañana, y todo
con manteca.» (EK 128). Cuando se proyecta el traslado de Grodno a Niepokalanów,
anota: «Me da un poco de miedo que se haga el traslado durante el invierno, no
sea que los hermanos, al hacer la mudanza, se “acaloren” y contraigan un
resfrío.» (EK 148). Un día está físicamente muy mal y alguno le pega un papel
en su puerta que decía: “No molestar al Padre”. 2
Cuando el padre Kolbe se dio cuenta hace sacar el
papel rápidamente diciendo: “Cada uno puede venir a verme cuando quiera, yo
estoy siempre a disposición de ustedes”.
El Padre Kolbe es un hombre apasionado, interesado en todos
los aspectos de la vida. Jugaba seguido al ajedrez, nos cuentan, el Hno.
Gregorio y el padre Feliciano, subrayan que, como “hombre entre los hombres,
era alegre, amaba contar chistes, hacer reír a los enfermos de la enfermería
para relajarlos.
La ternura que lo ha acompañado en la familia natural y en la
familia de Niepokalanów, explota en el campo de concentración, donde el amor de
Dios ha estado escondido en el humo de Auschiwtz. Padre Kolbe comparte muchas
veces su pan y su sopa: gestos que equivalen a dar la propia vida. Después
llega el día en el que se ofrece en el lugar de otro hombre que ni siquiera
conoce y muere en su lugar.
Para terminar: el Padre Kolbe con su testimonio nos comunica
que compartir el propio camino con las personas que están en necesidad es la
primera curación de la vida. Él supo ponerse al servicio de todos, en
particular de los más débiles porque pudo salir del reino del hacer y de la
competencia para entrar en el reino de la gratuidad y de la comunión.
Hoy, el Padre Kolbe nos pide de continuar su misión: apuntar
a lo esencial, curar las heridas, confortar los corazones. En una palabra,
hacer de la propia vida un don a nuestros hermanos más necesitados.
Angela Esposito
Por la comunidad