martes, 14 de febrero de 2017

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE FEBRERO 2017

La séptima obra de misericordia espiritual: Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Padre Kolbe, hombre delante de Dios por amor a los hermanos




“Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos”: la lista de las obras de misericordia espirituales termina con la oración. La última “obra” es la de rezar por los otros, sean vivos o difuntos.

“La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo” (CIC 2564) y está en la base de todas las obras de misericordia. Esta oración es muy importante, porque ¿para qué sirven las otras obras de misericordia si no parten de la oración, de mi relación con Dios? De lo contrario es activismo, estamos nosotros en estas obras y no está Dios.

“Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos”: Esta es una concreta y noble forma de caridad, expresión de amor; a veces no podemos hacer otra cosa que confiar una persona, una situación a la misericordia de Dios. Rezar significa hacerse cargo de una persona, tener en el corazón a una persona, ponerla en las manos de Dios. No somos islas, vivimos inmersos en un profundo misterio de comunión, por lo que todo pertenece a todos: el más pequeño de nuestros actos hechos en la caridad es para todos, así como cada pecado afecta a todos.

Rezar es una acción que cuesta. Y la oración de la que venimos hablando es de intercesión, la oración por los otros. Etimológicamente “interceder” significa “hacer un paso entre” (inter-ceder), situarse entre dos partes para buscar de construir un puente, una comunicación entre ellos, “caminar en medio”, dispuestos a ayudar a cada una de las partes.

En la intercesión cargamos sobre nosotros el peso de las personas por las cuales rezamos. En el éxodo, la postura de Moisés que eleva sus brazos al cielo, asegurando la victoria del pueblo de Israel que está luchando contra Amalec, muestra ciertamente la dificultad de la oración por los otros, tanto que “Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado” (Ex 17, 12), pero pone en evidencia la dimensión espiritual de esta oración: un estar delante de Dios a favor de otro. 

Dios nos quiere atentos al prójimo, capaces del mismo cuidado que Él tiene por nosotros. Él está siempre dispuesto a dirigir a cada uno de nosotros la pregunta que ya hizo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gn 4, 9). Dios se asume la suerte del ser humano y quiere que también nosotros nos hagamos cargo de nuestros hermanos, que nos sintamos responsables de ellos. Por eso la presencia de muchos intercesores es un medio para formar una comunidad que corresponda al plan de Dios y para promover el trabajo de reconciliación entre individuos, pueblos, culturas y religiones diferentes entre la persona y su Dios.

Este grande río de intercesión se sumerge en el océano de intercesión de Cristo sobre la cruz, con su estar entre el cielo y la tierra, con los brazos extendidos para llevar a Dios a todos los hombres. Sufriendo y muriendo por nosotros pecadores, Él llevó nuestra situación frente a Dios convirtiéndose en nuestro intercesor: “Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. (Is 53,12). La oración de Jesús sobre la cruz: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) sintetiza una vida entera gastada delante de Dios por los otros y muestra un Jesús convertido él mismo en intercesor con su vida y su muerte.

También la Escritura atestigua la oración de los vivos por los muertos[1] y de los muertos por los vivos[2]. La oración por los difuntos es sostenida y posible por la fe en la resurrección y se convierte en una tarea de la comunidad creyente que vive también de este modo su solidaridad con los hermanos difuntos. “La Iglesia ruega por los difuntos de manera particular durante la Santa Misa”[3].Un recuerdo simple, eficaz, cargado de significado, porque confía nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. En la oración experimentamos la comunión con ellos, mientras pedimos que nos acompañen desde el cielo e intercedan por nosotros ante Dios; expresamos además, la convicción de que el amor es más fuerte que la muerte y no se pueden romper los lazos que nos unen a todos nosotros, vivos y difuntos, en un solo cuerpo.

Padre Kolbe intercesor

“Si yo fui capaz de resistir y quedar vivo, si conservé mi fe y no caí en la desesperación, se lo debo todo al Padre Maximiliano. Cuando estuve al borde de la desesperación y ya dispuesto a arrojarme contra el cerco electrificado, fue él quien me dio nuevo aliento y me dijo que yo saldría victorioso y me iría de ahí vivo. «Tan solo sigue confiando en la intercesión de la Madre de Dios», me insistía. De alguna manera infundió en mí una fuerte fe y viva esperanza, especialmente en la maternal protección de la Virgen”.[4]

“… todos los domingos durante el recuento, se leía una lista de alrededor de 20 números consecutivos. Luego se repetía la orden: «Mañana no se presenten para el trabajo. Permanezcan en su bloque. A las nueve su capataz los llevará a la cocina». Lo que eso significaba era que el lunes serían fusilados. Todos nosotros lo sabíamos bien, porque sucedía de la misma manera todas las semanas. Mientras que el resto del campo de concentración estaba en el trabajo, los hombres cuyos números habían sido llamados recibían la orden de desvestirse. Luego eran llevados al paredón de ejecución al lado del bloque 11, y fusilados con un tiro en la nuca... Estos números seguían un orden… Llegó un día en que, según los cálculos, me quedaba solo una semana de vida. El domingo siguiente sería el último para mí. Quise confesarme… Solo entonces supe que se trataba de Maximiliano Kolbe. Era feliz de escuchar mi confesión. Esto, por supuesto, iba estrictamente contra las normas, de modo que lo hicimos paseando afuera, como si estuviéramos simplemente hablando… Me alentó también, y me dijo que iba a rezar por mí … Llegó el domingo y no llamaron ningún número… Puedo solo repetir que todo eso fue de verdad (como) un milagro”[5].

“Yo rezaré”: ¡esta es la fuerza de padre Maximiliano! La oración es el fundamento de su capacidad de intercesión. 

La oración fue la pasión de toda su vida, hasta el último respiro en el bunker de la muerte, en la celda del amor, donde ofrece el brazo al Dr. Bock que le está inyectando el ácido fenico. Lo mira y por él reza la última Ave María. Reza por su verdugo, quiere salvarlo también a él. 

El padre Kolbe, desde el cielo, no cesó de interceder, al contrario, como amaba decir: “En el cielo trabajaremos todavía más, con las dos manos”.

“Me parece de ver, dice padre Luis Faccenda[6], al padre Kolbe de querer hacerse cargo del cuidado de todo el Instituto. Lo veo llevar nuestras intenciones, pedidos a Dios por medio de María. Lo veo interceder por nosotros, con la fuerza que nace de su amistad con Dios. Casi un nuevo Moisés, siento que puede decirle a Dios: “Escucha las oración de mis hijos, si no, bórrame por favor del Libro que tú has escrito”.[7]

El padre Maximiliano Kolbe, como Moisés, fue y es amigo de Dios, se ofreció como víctima por la salvación de los hermanos: esto hace de él un perfecto intercesor. Por eso, a él, podemos dirigirnos con plena confianza confiándole nuestras intenciones. Junto a María, que en Caná intercede para obtener de Jesús el primer milagro, al padre Maximiliano sigue hoy haciéndose encontrar en los lugares donde hay necesidad, para que el “vino”, o sea el amor, esté siempre presente en las mesas de todo el mundo.

Angela Esposito MIPK



[1] Cfr. 2Mac 12,41-45 
[2] Cfr. 2Mac 15,11-16
[3] Catequesis Papa Francisco, 30 noviembre 2016. 
https://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2016/documents/papa-francesco_20161130_udienza-generale.html 
[4] Patricia Treece, Un santo para los demás 
[5] Ib 
[6] Padre Luigi M. Faccenda, fondatore dell’Istituto delle Missionarie dell’Immacolata Padre Kolbe. 
[7] Cfr. Ex 32,32

www.kolbemission.org