domingo, 24 de julio de 2016
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martes, 12 de julio de 2016
"LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA" - 14 DE JULIO 2016
La séptima obra de misericordia corporal: enterrar a los muertos
Padre Kolbe: un hombre que se dona
Es la última obra de misericordia corporal,
aunque no esté presente en la lista de Mt 25. Ya el Antiguo Testamento certifica el cuidado por los muertos y su
sepultura. (cfr. Gen 25,9 para la sepultura de Abraham; Sir 38, 16; Sal 79,
2-3).
Es ejemplar el comportamiento de Tobit, padre
de Tobías, que durante el exilio en Babilonia, poniendo en riesgo su misma
vida, daba sepultura a los cuerpos de sus correligionarios ejecutados y
abandonados en las plazas (Tb 1, 16-20; 12, 12s.).
La sepultura de Jesús hace parte del kerygma
(anuncio) de la Iglesia primitiva. Pablo, en 1 Cor 15, 20, afirma: “Cristo resucitó
de entre los muertos, el primero de todos”. Esta expresión da a
entender que Jesús es la primicia de los muertos que han resucitado. El término
primicia instaura una similitud con la realidad agrícola que tiene el objetivo
de traducir el concepto expresado en una imagen bien precisa y más fácil de
comprender: como las primicias indican que también el resto de los frutos está
próximo a madurar, así la resurrección de Jesús inaugura la obra salvífica que
se cumple en la vida de cada uno de nosotros. La imagen de la primicia, además,
sobre entiende una unión con la naturaleza: las primicias y el resto de los
frutos son de la misma especie, y esto significa que la resurrección de Cristo
es el modelo de la nuestra.
Somos testigos de que para algunas personas
fue posible pasar de la muerte a la vida, de la profundidad infernal a una
existencia plena, gracias al encuentro con el Señor Jesús. En cada tiempo y en
cada lugar hay personas a través de las cuales Dios obra resurrección para
quien está perdido y para quién no tiene más vida. San Maximiliano Kolbe es una de ellas.
«Yo había conocido a
Kolbe poco tiempo antes. Lo había encontrado, de
hecho, en 1938, en un congreso de editores de periódicos […] Nuestro segundo
encuentro se produjo en circunstancias muy diferentes. Sucedió en Auschwitz,
alrededor de fines de junio o comienzos de julio de 1941. Fue cuando pasaron
lista por la tarde […]. Los SS entonces
nos arrearon a todos hacia el bloque del hospital, donde nos ordenaron llevar
cadáveres al crematorio […].
Yo no era joven –hasta combatí en la Primera Guerra Mundial–, pero nunca
había tocado un cadáver. Ahora tenía el primero delante de mí. Un joven,
completamente desnudo, con el vientre desgarrado, las piernas sangrientas,
mientras que sus manos retorcidas y su rostro hablaban claramente de su
sufrimiento agónico. Yo no pude avanzar ni un paso más hacia él. El guardia
comenzó a gritar hacia mí, pero en ese momento una voz calma dijo:
«Levantémoslo, hermano». Apenas cruzamos el umbral del crematorio, oí su voz baja y clara decir: «Descansen en
paz». Un momento después susurró: «Y
el Verbo se hizo carne».
Solo entonces me di cuenta de que mi compañero era el franciscano de
Niepokalanów, el Padre Kolbe.»[1]
Otro amigo de Kolbe era
un sastre de 36 años, Alejandro Dziuba, que estuvo en Auschwitz desde
septiembre de 1940. Recuerda: «Padre
Kolbe, durante nuestras horas libres –es decir, después del trabajo diario y
los domingos por la tarde– solía reunir en torno a sí a hombres confiables, no
siempre a los mismos, y nos hablaba sobre temas espirituales. Confortaba nuestras almas y nos hacía más
seguros para enfrentar nuestro miedo a la muerte. Recuerdo que decía: «Yo
no le temo a la muerte; temo al pecado». Nos señaló a Cristo como el único
apoyo seguro y la ayuda con la que podíamos contar».[2]
En los campos de exterminio nazis todo
terminaba en una espesa nube de ceniza suspendida en el aire. No obstante, la
fe y el amor supieron sugerir gestos de una belleza inaudita, como aquel más
extraordinario: el don completo de sí.
Dar un paso adelante…,
Padre Maximiliano, pide de morir en lugar de un padre de familia. El pedido es
inexplicablemente escuchado. Esta vez el no dona un pedazo de pan, sino toda su
vida para salvar otra.
Padre Maximiliano creyó firmemente
que “solo el amor crea” y que “en el anochecer de la vida, seremos juzgados
sobre el amor” (San Juan de la Cruz). El remordimiento más grande, en la hora
extrema, es la conciencia de no haber amado, remordimiento que no habita
cietamente en la vida de Sally Trench, autora del famoso libro “Seppllitemi con i miei stivali”
(“Entierrenme con mis botas”).[3]
Jovencita, una gran esperanza del
tenis, tira la raqueta, abandona a familia y las seguridades económicas para
vivir en la calle, entre los vagabundos y desesperados de la metrópolis, con ellos
en sus refugios, en las estaciones, entre las ruinas de una casa y de una vida.
Quiere ver, entender, dar una mano. “Amor, compasión y perdono son tres grandes
pilares de la vida”, dice Sally: «Mi Dios es un Dios de amor».
Para superar
la angustia y el miedo de la muerte no hay otro camino que la comunión, aquel amor que el Cantar de los Cantares
define como “fuerte como la muerte”
(Cfr. Ct 8,6).
“Lo que
hicimos solo para nosotros mismos muere con nosotros. Lo que hicimos por lo
demás y por el mundo queda y es inmortal”. – Harvey B. Mackay (* 1932).
Angela
Esposito MIPK
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