domingo, 26 de enero de 2014

DESPEDIDA DE SILVANA MATTOS



Mientras le agradecemos a Silvana los años compartidos en nuestra comunidad, confiamos a Dios y a su Madre Santísima su nueva Misión en Montero - Santa Cruz.

GRACIAS SILVANA!


"LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA"


 DESDE EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN AL MUNDO ENTERO...


Amigos y amigas que puedan hacer experiencia de este nuevo proyecto de oración a San Maximiliano Kolbe, confiándole todo nuestro hacer y quehacer cotidiano, sobre todo aquello en lo cual tenemos necesidad de impetrar su intercesión...

MEDITACIÓN ENERO 2014:



Recordando con el Padre Kolbe el 27 de enero


Alégrate llena de gracia: el Señor está contigo (Lc 1,28)

María es una niña de Nazaret humilde y poco más que adolescente y sin embargo en ella se posó la mirada de Dios que la ha elegido desde siempre como madre del Salvador.
La Inmaculada, como ama llamarla el Padre Kolbe, es por lo tanto, “fruto del amor de Dios que salva al mundo” y toda su vida es un sí a aquel amor. María escucha y responde: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”. María con su sí cambió la historia de la humanidad.
“Llena de gracia”: el verbo griego es “kecharitomene” y expresa fundamentalmente el amor gratuito. El verbo está en pasivo, esto significa que el que cumple la acción es Dios. Está usado en imperfecto, porque se trata de una acción estable en el tiempo y significa: “amada gratuitamente por Dios para siempre. El amor de Dios es gratuito. Por el contrario, el amor que debo merecerme asusta porque me suscita continuamente una pregunta: ¿lo habré merecido? El amor de Dios no se merece. Se recibe. Gracias a ese amor que recibo y acojo, cada yo de poder se transforma en un yo hospitalario, un yo que sabe hacer espacio al otro. Se autolimita y así el poder se transforma en servicio. “Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). Una palabra que se hace carne en María y hace posible lo imposible, hace posible que Dios se haga hombre y que el hombre se haga Dios. El hombre se convierte en lo que recibe. María recibe, acoge a Dios y se convierte en morada de Dios. Si recibimos a Dios, fuente de paz y alegría, también nosotros donaremos paz y alegría.
“Llena de gracia”: Dios lo repite todavía hoy para nosotros y fija su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer. Y este “proyecto de amor” Dios lo renueva cada vez que también nosotros decimos nuestro sí. Diversamente nuestra existencia se carga de miserias y podremos todos reencontrarnos en un Auschwitz sin tiempos y continuar preguntándose: “¿Dónde estabas Dios?” El Señor Jesús nos conceda el coraje de escuchar la respuesta por boca de San Juan de la Cruz: “Señor, mi Dios, no te alejes de quien se aleja de Ti: ¿cómo pueden decir que Tú estás ausente?”
Dios es eterno presente y el hombre puede así comenzar a hacer memoria y a recordar.
El 27 de enero de 1945 el mundo descubre Auschwitz, lugar de muerte, símbolo del exterminio, de la destrucción de un pueblo, víctima de la locura nazifascista.
No podemos, no debemos olvidar el sacrificio de las víctimas, la ferocidad de los verdugos para que la humanidad no se encuentre más viviendo tales acontecimientos, buscamos de comprender el significado profundo de la memoria que celebramos el 27 de enero de cada año. Nos dirigimos, entonces, a una guía autorizada el Padre Kolbe, poniéndonos en escucha: él nos habla de hechos pasados pero que podrían representarse hoy con una violencia aún mayor e inaudita ¿Más que ayer? Sí, porque el mal encuentra caminos más sofisticados e impensables, para convencer al hombre a escuchar su voz y no la de Dios que nos dice a cada uno: “Te amé con un amor eterno”. ¿Siempre? Siempre, nos responde el padre Kolbe y a este punto, nuestra guía se hace más atenta y premurosa y desea alejar de nosotros el equívoco siempre antiguo y siempre nuevo y nunca completamente resuelto: “¿Dios existe? ¿Y si existe por qué no nos libra del mal? ¿Por qué nos deja solos? Padre Kolbe nos saca de la duda y con nosotros se encamina hacia Auschwitz para recordarnos, que debemos hacer silencio y volver a escuchar la palabra de Dios. La palabra de su amor único y eterno hacia cada uno.
Para hablarnos del amor de Dios, el padre Kolbe lo hace a su modo, hablándonos con hechos. Hechos de vida. Aunque nos habla en tercera persona, nosotros sabemos que está hablando de él. Estamos en el bloque 11, en la celda subterránea de Auschwitz, el bunker del hambre, que representa el signo más trágico de una dignidad pisada y desfigurada. Aquí estuvo encerrado el padre Kolbe junto a otros nueve prisioneros. Después de algunos días de cautiverio, uno de los prisioneros que no quiere resignarse a su terrible suerte, le pregunta al padre Kolbe: Desde decenas de millones de años la guerra es negativa, es mala, es destructora: las personas se matan y también nosotros muy pronto estaremos muertos. Nos explica padre el porqué de lo que nos pasa.”
Nuestra guía con gran dolor y profunda serenidad, responde: No estamos hechos para comprender, nosotros estamos hechos para amar. Amen, amen no obstante todo, ámense hasta el último instante como Jesús los ama, como yo los amo. No sé decir más, no sé cómo explicar este misterio de vida y de muerte, de bien y de mal. Se sólo que este infierno podría transformarse en gracia si comenzamos desde ahora a amarnos como Dios nos ama. No puedo darles ninguna explicación porque soy yo mismo un pobre hombre. Pero recen a Jesús, recen a la Virgen y la luz llegará.” Pronunciadas estas palabras el padre Kolbe se retira en silencio. También nosotros hacemos silencio para escuchar una voz que grita: “nunca más crímenes contra Dios y contra el hombre”.
27 de enero: una fecha y una consigna. Esto nos recuerda a cada uno de nosotros nuestra vocación más profunda: “ser amados, ser transformados por el amor”. El padre Kolbe nos invita a mirarla a Ella, la Inmaculada, a dejarnos conducir por Ella, con su ayuda deseamos no olvidar nunca que “no estamos hecho para comprender, sino que estamos hechos para amar”. Cada mañana, cada despertar, escuchemos la voz de Dios que susurra: “Yo te amo, yo te amo, yo te amo” y la paz habitará siempre en nosotros y en medio de nosotros.

Angela Espósito
Por la comunidad


jueves, 23 de enero de 2014

48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales
48ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES 
La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro
1 de junio 2014

Mensaje del Santo Padre


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño»; por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros. El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes. Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas. A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres. A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas. Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención. El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos. Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos. Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto. La cultura del encuentro requiere que estemos dispuestos no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. Los medios de comunicación pueden ayudarnos en esta tarea, especialmente hoy, cuando las redes de la comunicación humana han alcanzado niveles de desarrollo inauditos. En particular, Internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios.
Sin embargo, también existen aspectos problemáticos: la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo. La variedad de las opiniones expresadas puede ser percibida como una riqueza, pero también es posible encerrarse en una esfera hecha de informaciones que sólo correspondan a nuestras expectativas e ideas, o incluso a determinados intereses políticos y económicos. El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos. El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado. Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social -por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a crecer en humanidad y en comprensión recíproca en el mundo digital? Por ejemplo, tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros: la persona se expresa con plenitud no cuando se ve simplemente tolerada, sino cuando percibe que es verdaderamente acogida. Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones. Pero también sabremos apreciar mejor los grandes valores inspirados desde el cristianismo, por ejemplo, la visión del hombre como persona, el matrimonio y la familia, la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, los principios de solidaridad y subsidiaridad, entre otros.
Entonces, ¿cómo se puede poner la comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro? Para nosotros, discípulos del Señor, ¿qué significa encontrar una persona según el Evangelio? ¿Es posible, aun a pesar de nuestros límites y pecados, estar verdaderamente cerca los unos de los otros? Estas preguntas se resumen en la que un escriba, es decir un comunicador, le dirigió un día a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc. 10,29). La pregunta nos ayuda a entender la comunicación en términos de proximidad. Podríamos traducirla así: ¿cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital? Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador. En efecto, quien comunica se hace prójimo, cercano. El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino. Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro. Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios. Me gusta definir este poder de la comunicación como «proximidad».
Cuando la comunicación tiene como objetivo preponderante inducir al consumo o a la manipulación de las personas, nos encontramos ante una agresión violenta como la que sufrió el hombre apaleado por los bandidos y abandonado al borde del camino, como leemos en la parábola. El levita y el sacerdote no ven en él a su prójimo, sino a un extraño de quien es mejor alejarse. En aquel tiempo, lo que les condicionaba eran las leyes de la purificación ritual. Hoy corremos el riesgo de que algunos medios nos condicionen hasta el punto de hacernos ignorar a nuestro prójimo real.
No basta pasar por las «calles» digitales, es decir simplemente estar conectados: es necesario que la conexión vaya acompañada de un verdadero encuentro. No podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos. Necesitamos amar y ser amados. Necesitamos ternura. Las estrategias comunicativas no garantizan la belleza, la bondad y la verdad de la comunicación. El mundo de los medios de comunicación no puede ser ajeno de la preocupación por la humanidad, sino que está llamado a expresar también ternura. La red digital puede ser un lugar rico en humanidad: no una red de cables, sino de personas humanas. La neutralidad de los medios de comunicación es aparente: sólo quien comunica poniéndose en juego a sí mismo puede representar un punto de referencia. El compromiso personal es la raíz misma de la fiabilidad de un comunicador. Precisamente por eso el testimonio cristiano, gracias a la red, puede alcanzar las periferias existenciales.
Lo repito a menudo: entre una Iglesia accidentada por salir a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, prefiero sin duda la primera. Y las calles del mundo son el lugar donde la gente vive, donde es accesible efectiva y afectivamente. Entre estas calles también se encuentran las digitales, pobladas de humanidad, a menudo herida: hombres y mujeres que buscan una salvación o una esperanza. Gracias también a las redes, el mensaje cristiano puede viajar «hasta los confines de la tierra» (Hch. 1,8). Abrir las puertas de las iglesias significa abrirlas asimismo en el mundo digital, tanto para que la gente entre, en cualquier condición de vida en la que se encuentre, como para que el Evangelio pueda cruzar el umbral del templo y salir al encuentro de todos. 
Estamos llamados a dar testimonio de una Iglesia que sea la casa de todos. ¿Somos capaces de comunicar este rostro de la Iglesia? La comunicación contribuye a dar forma a la vocación misionera de toda la Iglesia; y las redes sociales son hoy uno de los lugares donde vivir esta vocación redescubriendo la belleza de la fe, la belleza del encuentro con Cristo. También en el contexto de la comunicación sirve una Iglesia que logre llevar calor y encender los corazones.
No se ofrece un testimonio cristiano bombardeando mensajes religiosos, sino con la voluntad de donarse a los demás «a través de la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana» (BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2013).
Pensemos en el episodio de los discípulos de Emaús. Es necesario saber entrar en diálogo con los hombres y las mujeres de hoy para entender sus expectativas, sus dudas, sus esperanzas, y poder ofrecerles el Evangelio, es decir Jesucristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado para liberarnos del pecado y de la muerte. Este desafío requiere profundidad, atención a la vida, sensibilidad espiritual. Dialogar significa estar convencidos de que el otro tiene algo bueno que decir, acoger su punto de vista, sus propuestas. Dialogar no significa renunciar a las propias ideas y tradiciones, sino a la pretensión de que sean únicas y absolutas.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía. Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría. Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino. No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital. El interés y la presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación son importantes para dialogar con el hombre de hoy y llevarlo al encuentro con Cristo: una Iglesia que acompaña en el camino sabe ponerse en camino con todos. En este contexto, la revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.

Vaticano, 24 de enero de 2014, memoria de san Francisco de Sales