Padre Kolbe, hombre “hecho oración.”
“Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.” (Hech 1,14)
La primera característica de la oración “junto a María” es una
oración perseverante. El autor, para expresar esta característica de la comunidad, usa
un término griego (proskarterountes) que es muy significativo para describir la
oración: es constante, asidua, sin descansos. Es una oración continua.
Persistir en la oración significa pedir y no rendirse nunca, no descansar y no
dar descanso a Dios. San Maximiliano afirma esta expresión diciendo: “la
oración obliga a Dios”1. Perseverancia significa, además, aferrarse
cotidianamente a la palabra, volver a empezar desde ella, para hacer nuevo cada
día. Significa saber quedarse en la oración a fin de que se transforme en
contemplación. Dice Jesús, “solo quien persevera en la oración, se salvará”2.
Quien sabe rezar así, aprende la ley de gratuidad, de la alabanza, del tiempo
“perdido” y ofrecido a Dios.
La segunda característica de la oración con María es “concorde”, es decir es
hecha con un solo corazón con una sola alma. María se hace así la perfecta
orante dentro de la asamblea eclesial.
Oración perseverante y concorde: dos
características siempre presentes en la vida del padre Kolbe. A menudo sus
hermanos le preguntaban: “¿cómo y cuándo rezar?”. Él respondía con pocas
palabras pero muy claras: “se necesita rezar siempre y bien”.
San Maximiliano nos ha dejado una rica herencia escrita sobre la
oración. Releemos uno de sus tantos escritos:
“La oración es un medio desconocido y sin embargo el más eficaz
para restablecer la paz en las almas, para proporcionales la felicidad. La
oración hace renacer el mundo… recemos bien, recemos mucho, tanto con los
labios como con el pensamiento… y nuestros pecados se desvanecerán y nuestros
defectos se debilitarán y nos acercaremos cada vez más a Dios con suavidad y
fuerza. En la medida que ardamos cada vez más de amor divino podremos inflamar
de amor semejante a los demás”.3
Profundamente convencido de la necesidad de mantener una profunda
armonía entre la acción y la contemplación, entre la vida de oración y la
acción, afirma: “la actividad externa es buena, pero obviamente, es de
secundaria importancia y más aún si la confrontamos con la vida interior, con
la vida de recogimiento, de oración, con la vida de nuestro amor personal hacia
Dios”.4 2
La oración aparece así como un dinamismo interior
de la acción apostólica. En este sentido san Maximiliano alcanza una unidad
de vida tal que se puede decir que él, como lo que se decía de san
Francisco, que no era un hombre que rezaba, sino un hombre hecho oración.
El francisco del siglo XX, el hombre hecho
oración, exhorta a sus hermanos a cultivar la unión con Dios:
“En un sector vi una hojita en la que estaba
escrito que no es suficiente hacer las cosas, era necesario hacerlas rápidamente.
Trabajar con rapidez es una cosa buena, pero dentro de algunos límites;
fácilmente, se puede perder el espíritu de oración. Cuando se hace un trabajo
comprometedor es necesario detenerse a menudo para rezar alguna jaculatoria o
hacer oraciones cortas. Sin el espíritu de oración el alma puede convencerse de
hacer mucho, se transforma como una lancha que navega velozmente pero está
destina a estrellarse”5.
Por lo tanto, es necesario rezar siempre y bien,
independientemente del lugar y del tiempo, de las condiciones externas e
internas. La oración es la fuente más importante y eficaz de cualquier acción.
Sabiendo bien que dentro de un aparente éxito se puede esconder una gran
esterilidad, el padre Maximiliano nos invita a pensar en los que nos dice
Jesús:
“… Yo soy la vid,
ustedes los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, da muchos frutos
porque separados de mí nada pueden hacer”6. El salvador no nos dice que sin él
no podemos hacer muchas cosas, sino que no podemos hacer nada, absolutamente
nada. La fecundidad del trabajo por lo tanto, no depende de la capacidad,
del dinero, si bien esto también es necesario, pero solamente y únicamente en
comunión con Dios.”
Inmerso en Dios, ofrece su vida por un
desconocido. En el bunker de la muerte la última oración es para el doctor
Bock, el médico nazista que le aplicó la inyección de ácido fénico,
Maximiliano reza la última Ave María, tendiéndole el brazo y mirándolo a los
ojos.
La última oración del padre Kolbe no es para los
amigos, no es para un pariente, es para quien lo elimina del escenario de la
vida. Lo quiere salvar.
Ángela Esposito
Harmęże – Polonia
1 EK 634.
2 Mt. 24, 13.
3 EK 903
4Ibid.
5 CMK
www.kolbemission.org