Meditación, mayo 2015
“Padre Kolbe, testimonio de alegría”
Nos introducimos en la segunda
parte de nuestra reflexión: “Padre Kolbe, testimonio de alegría”, con la
pregunta-respuesta del texto con el cual nos despedimos el mes anterior: “¿Cuál
es, por lo tanto, la felicidad que el hombre desea? Una felicidad sin límites…
en cuanto a la intensidad, la grandeza, la duración o cualquier otra cosa”1.
El secreto de la felicidad lo dice Jesús en los Hechos de los Apóstoles: “La
felicidad está más en dar que en recibir”2. La felicidad no consiste en lo que
los otros nos hacen, nos dan: siempre quedaremos descontentos. La felicidad
plena consiste en lo que nosotros hacemos por los otros con el regalo de
nosotros mismos. La alegría aparece en los escritos de san Maximiliano y en las
conferencias como la modalidad de cómo se hacen y se viven las cosas. La
presencia de la alegría es la señal que una realidad se vive bien, y es vivida
con la actitud justa.
El Padre Maximiliano, cuando
habla de alegría, dice también de donde nace. Nace de la relación profunda con
Dios, con la Inmaculada, las relaciones entre hermanos: éstos, son los hábitats
naturales donde crece la alegría. El que cree que la historia del mundo no está
en las manos del destino ciego, sino en las manos del Padre, éste podrá
permanecer siempre alegre y sereno. La alegría del misionero se caracteriza por
servir a Jesús por medio de la Inmaculada: “No tienen idea de cuán dulce es
servir fielmente a Dios y a la Inmaculada”3. En la escuela de María
se descubre amado por Dios y capaz de amar a los hermanos. Goza por la
presencia de cada uno. Se alegra que Niepokalanów crezca, que la Orden crezca.
Escribiendo al Padre Provincial
por algunas cuestiones, subraya que “en Niepokalanów el espíritu es muy bueno,
todos aman a la Inmaculada y desean ponerse a su servicio con todo el corazón.
¡Todo para agradecer! Lo que le llama la atención a los que llegan es la
serenidad y la felicidad que se refleja en cada rostro”.
Maximiliano, hablando de su experiencia
en Japón, escribe: “nosotros somos religiosos, por lo tanto debemos
continuamente ejercitarnos para ser gentiles y delicados. A veces sucede que
una persona de fe, frente a los de afuera, es como un ángel de gentileza, pero
no es así para con sus hermanos, los que viven a su lado, quiere decir que la
cortesía es muy superficial. No podemos ser sepulcros blanqueados, tenemos que
aspirar a tener un corazón delicado por amor y respeto hacia los otros y ser
gentiles siempre”
Con la Inmaculada en el corazón,
el p. Maximiliano habla a sus hermanos de la verdadera alegría, que no consiste
en chistes tontos y banales, en carcajadas vacías. Para él, una sonrisa, una
palabra simpática y alegre, cosas que de por sí son buenas, pueden
transformarse en obstáculo e impedimento en el camino de la santidad, si son
llevadas al exceso. La verdadera alegría nace allí, donde hay un poco de
sacrificio, de lucha, de esfuerzo4. Y es más profunda que un simple sentimiento
o emoción.
1 EK 1296
2 Hech. 20, 35
3 EK 149; 113
Ladislao Dubaniowski, un
compañero del seminario, recuerda que “también en las pruebas y en las
dificultades no se desanimaba nunca y no caía nunca en el desaliento; decía con
alegría: “la próxima vez todo saldrá mejor”5.
El Padre Maximiliano contando los
hechos misioneros en Japón, testimonia como Dios le dona a él y a sus
cohermanos la alegría en medio de las pruebas porque "sólo quién reza
puede vencer todo. A pesar de estas dificultades Dios dona muchos consuelos. La
consolación siempre es más grande que las dificultades”6.
Consciente que, en la relación
con Dios (como en cada relación) hay un tiempo para la alegría y también para
la prueba y la duda, afirmaba con convicción: “Con alegría, (no quiere decir
que no se siente el dolor) aunque en la prueba uno se entrega a la voluntad de
Dios… y la prueba de amor más grande es cuando parece que Dios nos ha
abandonado, y soportamos todo con alegría, experimentando la verdad de las
palabras de Jesús en la Cruz: “Todo se ha cumplido” (Jn. 19, 30)” 7
Para el Padre Maximiliano,
entonces, la alegría tiene que habitar en el corazón del hombre también en las
dificultades y en las pruebas de la vida. Nos invita a no perder la paz, a
mantener la alegría también en las caídas. “En caso de una caída nunca hay que
entristecerse porque esta es una soberbia punzante, al contrario, levantarse
enseguida con gran amor y alegría de espíritu y seguir caminando. Reparar la
caída con un acto de amor perfecto”8. Vivir con serenidad y alegría
los propios errores: “Antes de la caída Satanás nos tienta con el pensamiento
de minimizar el pecado, no es tan grave, después de la caída agranda el pecado,
grita que esta mancha quedará para siempre. Si después de la caída meditásemos
y pensásemos que también la caída puede ser útil para la gloria de la
Inmaculada, nos sentiremos distintos. Me alegro de mis debilidades, porque el
amor de Jesús se muestra mejor en las debilidades, como dice San Pablo (cf.2Cor
12,9)”9.
Angela
Esposito
Harmęże - Polonia