sábado, 12 de noviembre de 2016

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE NOVIEMBRE 2016

Cuarta obra de misericordia espiritual: consolar a los afligidos

Padre Kolbe está cerca del que sufre


“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Desde estas palabras de Jesús en la Cruz meditamos la cuarta obra de misericordia espiritual: consolar a los afligidos. Desde la cátedra de la Cruz, Jesús nos enseña a esperar contra toda esperanza, a sentir que las manos de Dios son más fuertes que cualquier otra mano potente de los hombres: Jesús hizo de esta obra de misericordia una bienaventuranza: “Felices los afligidos, porque serán consolados” (Mt 5,5). Esta consolación puede venir solo de Dios, “el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo” (2Cor 1,3). Dios es el verdadero sujeto de la consolación (cfr. Is 49,13; 52,9), la imagen de su acción consoladora es la de una madre (cfr. Is 66,13), de un pastor (cfr. Is 40,11), esto significa el cuidado que tiene Dios por su pueblo y por cada persona.

Jesús mismo conoció la aflicción, lloró por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Jn 11,35), a su vez consoló a quien se encontraba de luto (cfr. Le 7,13) y enseñó a sus discípulos diciendo “lloren con quien llora” (Rm 12,15).

La categoría de los afligidos se presenta como el vasto coro de los dolientes; para consolarlos no se necesitan personas que ofrecen sus recetas rápidas, frases construidas, pías palabras o pasajes bíblicos. Los amigos que fueron a visitar a Job “para consolarlo” (Jb 2,11), después de estar al lado del desventurado con lamentos, llantos, gestos de luto, seguido de largo silencio, “porque veían que era muy grande su dolor” (Jb 2,13), comenzaron a hablar, y se descubrieron “malos consoladores” (Jb 16,2).

Los proverbios saben cómo se deben consolar los afligidos: “Habla con el corazón, y también los sordos entenderán”. Es suficiente el amor, y la consolación no cae en vano, más aún hace volver a florecer la vida. No es para todos saber consolar: es un arte para aprender en la escuela de la vida; de otro modo se corre el riesgo de provocar más dolor en lugar de hacer el bien. Dice Anselm Grum: “Un consolador para mí, es quien logra quedarse a mi lado, en mi luto, en mi desesperación, en mi rabia, en mi impotencia; quien soporta mis lágrimas y se queda, no se aleja, ni cierra los ojos. Si logro quedarme al lado del afligido, sin ocultar su pena con un coctel de palabras, el afligido en algún momento cuenta lo que le pasa, que cosa lo hace sufrir tanto. No le doy consejos, no le propongo soluciones. Simplemente me detengo a escucharlo. Esto es consuelo”.

La palabra latina para “confortar” es “consolari”, que significa “quedarse con quien está solo. La correspondiente palabra griega parakalèin, que tiene muchos significados: “llamar al lado, dar coraje, consolar, tener palabras de aliento, cuidar” En la consolación se trata de crear una proximidad, de hacerse “presencia que permanece al lado” de quien está en la desolación y en la soledad. En el Evangelio de Juan el Espíritu Santo es siempre definido el “Paráclito” el “Consolador”, el “apoyo”: es Aquel que es llamado “para estar al lado”, que asiste y consuela.

Hablando de San Maximiliano Kolbe, se pueden parafrasear bien las palabras que Atanasio dice con respecto a Abba Antonio[1]: “¿Quién estuvo con él en el dolor y no volvió con gozo? ¿Quién estuvo con él llorando por sus muertos y no dejó enseguida el luto”? “¿Quién estuvo con él lleno de cólera y no convirtió sus sentimientos en amor”? ¿Qué hermano o compañero de prisión desanimado fue a verlo y no encontró la paz del corazón?

“¿Pero quiénes son los afligidos de los cuáles habla Jesús?

Ellos son aquellos los que frente al sufrimiento de los otros, son capaces de caminar con ellos, de participar de sus dolores, como Jesús, que cargó con todos nuestros dolores y nuestras iniquidades. No son aquellos que se sienten mal cuando le pisas los pies, sino aquellos que se sienten mal cuando le pisan el pie al amigo. Es una aflicción más grande que la física porque parte del corazón.

Padre Kolbe era uno de estos: sabía ocuparse totalmente de cada uno sin ningún límite, no ahorraba ningún esfuerzo personal, lloraba con todos y por todo, derramando lágrimas de amor, atento al más débil gemido de dolor. No se dejó derrumbar por su corazón de carne en el abismo del mal, reanimaba a los desalentados, encendía en ellos el fuego de la esperanza.

A los corazones doloridos baja un bálsamo de consuelo, en las almas desesperadas brota de nuevo un rayo de esperanza. Los pobres, los cansados, los que están abrumados por las preocupaciones, las tribulaciones y las cruces sientan cada vez más clara y expresamente que no son huérfanos, que tienen una Madre que conoce sus dolores, que los compadece, los consuela y los ayuda”. (EK 1102)

“Uno podría decir que la presencia de Padre Kolbe en el búnker era necesaria para los otros. Estos estaban enloquecidos por la idea de que nunca volverían a sus casas y a sus familias, gritando con desesperación y maldiciendo. El los pacificó y ellos empezaron a resignarse. Por su don de consolación, prolongó la vida de los condenados, quienes usualmente estaban tan trastornados psicológicamente que habrían sucumbido en pocos días”[2].

Entre los afligidos de hoy, según el significado evangélico, encontramos seguramente a Pedro Bartolo: el médico que desde 25 años acoge a los inmigrantes a Lampedusa. Los acoge, los cuida, y sobre todo los escucha. Las páginas de su libro: Lágrimas de sal, cuentan la historia de un muchacho flacucho y tímido, miembro de una familia de pescadores, que luchó duramente para cambiar su propio destino y el de su isla. Él no olvidó las dificultades vividas, decidió vivir en primera persona aquella que ha sido definida la más grande emergencia humanitaria de nuestro tiempo.

A su historia se enlazan aquellas desesperadas y vehementes historias de algunos de los tantos inmigrantes que escaparon de las guerras y del hambre. Los cuales, después de sobrevivir, y no se sabe cómo, a un terrible viaje en el desierto, entre violencias y opresiones inimaginables, en el mar han visto morir a sus familiares, y no obstante no se rindieron, más bien han decidido fuertemente iniciar una nueva existencia en Europa. Yazmín, que da a luz a Gift rodeada del afecto de las mujeres de Lampeadusa, Hassan, que durante todo el viaje lleva en sus espaldas a su hermano paralítico; Omar, que no logra olvidar; Faduma, que ha tenido que separarse de sus hijos para hacerlos crecer. Lágrimas de sal es un puñetazo en el estómago, que interpela fuertemente la conciencia de cada uno de nosotros. “Pedro Bartolo tiene la capacidad de hacerte comprender, por medio de sus palabras, la humanidad y su inmensa serenidad, el sentido de la tragedia y el deber de socorrer y de la acoger”[3]

Ofrezcámonos y ofrezcamos los afligidos a María, Madre de la Consolación, venerada como la Consoladora y la “Consolada” y Ella nos ayudará a comprender que dentro nuestro no sólo hay luto, dolor, desesperación e impotencia. ¡En nosotros también está el Espíritu de Jesús! Es este Espíritu que nos ayudará a atravesar cada aflicción para hacernos renacer.

Angela Esposito MIPK


[1] S. Antonio Abad.

[2] Patricia Treece, Maximiliano Kolbe, UN HOMBRE PARA LOS DEMÁS, p. 217 SEGUNDA EDICIÓN

[3] Gianfranco Rosi, director de “fuocoammare”.


www.kolbemission.org

Centro de Promoción Integral Padre Kolbe - Montero



Tarde de formación para mesa directiva y socios del Centro de Promoción Integral Padre Kolbe. Lindo y significativo intercambio.

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