jueves, 13 de noviembre de 2014

LA CELDA DEL AMOR, SIEMPRE ABIERTA - 14 DE NOVIEMBRE 2014

 ¡Lázaro, ven afuera!... tomo su lugar”.

En este mes de noviembre, dedicado a la conmemoración de nuestros queridos difuntos, meditamos, a partir del evangelio, el sentido de la vida eterna que es la vida vivida en Dios. En el Evangelio de Juan leemos: “Lázaro ha muerto” dice Jesús a sus discípulos… “Vayamos a verlo”… Marta… salió a su encuentro y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto…”… “Tu hermano resucitará… Yo soy la Resurrección y la Vida.”… “Jesús lloró.” Éste es el único versículo en todo el evangelio que habla del llanto de Jesús. El llanto de Jesús, que rendiría mejor la expresión “derramó lágrimas”, o sea “lloró amargamente”. Jesús por la muerte de su amigo derramó lágrimas, “lloró amargamente”. Frente a la muerte, Jesús, siente una profunda turbación (v. 33: conmovido y turbado). Nuestro mal lo turba profundamente, más que si fuese suyo: lo trastornará a tal punto de tomar el lugar de Lázaro. De morir por cada uno de nosotros. Se deja “conmover, sacudir en su ser” por el dolor de las hermanas de Lázaro… y gritó fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. Dios llora y grita. Un Jesús muy humano, un hombre como nosotros, que llora frente a la muerte de su amigo. Y junto a Dios, por nosotros, grita fuertemente para vencer el último enemigo, la muerte. Lázaro puede “salir” porque Cristo está entrando en la tumba: “entonces los sumos sacerdotes y los fariseos… decidieron matarlo”[1]. Un antiguo dicho según la mentalidad del pecado y de la muerte, decía: muerte tuya, vida mía. En esta situación se invierte: muerte mía, vida tuya.
Desde aquel día, del 14 de nisa del año 30 d.C. no podemos decir más, cuando estemos cerca de la hora de la muerte: “Señor, si hubieras estado aquí”. Porque el Señor Jesús está siempre aquí: no tiene que venir, porque nunca se ha ido y nunca nos va a dejar, porque él ha prometido que estará con nosotros todos los días. Nunca ha dejado de amarnos, está llorando con nosotros. Ha comenzado a resucitar.

El padre Kolbe, como todos, le tiene miedo a la muerte, pero se entrega con fe y abandono. Vence la muerte donando su vida. Escuchando el llanto de un condenado a muerte, se turba profundamente, que le pide al comandante del campo: “tomo su lugar”. “muerte mía, vida tuya” no es el desprecio del mundo, ni el desprecio del cuerpo. Es una donación de sí que contrarresta a la locura de los nazis. Contrarresta el mal del mundo.  Lo asume sobre sí, destruyéndolo en el fuego del amor. Juan Pablo II, en su primer viaje a Polonia, dirá en Auschwitz[2]: Maximiliano Kolbe alcanzó una victoria similar a la de Cristo mismo, a través de la fe y el amor... Obtuvo la más ardua victoria, la del amor capaz de perdonar y de olvidar”. Lo proclamó “ministro de la vida” en Niepokalanów[3], y “ministro de la muerte” en Auschwitz. San Maximiliano es ministro de la existencia porque cree que “la muerte no se improvisa. Se merece con toda la vida”. El domingo 16 de febrero, el día antes de su arresto, padre Maximiliano les dictó una meditación a sus frailes. Entre los puntos trató, el amor al prójimo y el perdón recíproco. “... Gracias al amor por la Inmaculada, soy capaz de perdonar siempre y completamente. Cuando el amor por la Inmaculada termina, desaparece también nuestro amor recíproco. La Inmaculada quiere que conservemos la armonía del amor. Queridos hijos, si en esta tierra vivimos en el amor, estamos ya pregustando el cielo. Todo pasará, pero el amor permanece para siempre. Con el amor entraremos en la vida eterna, y en el cielo, en la presencia de la Inmaculada, el amor será purificado y llevado al grado más alto. Al día siguiente, lunes 17 de febrero, dejando el convento de Niepokalanów para ser deportado, les hace una sola recomendación a sus frailes: “en cualquier lugar donde vayan no olviden el amor”. El amor es el respiro de su vida. Ha comprendido lo esencial: el amor es más fuerte de la muerte[4]. Con esta visión de vida podemos cantar: “aquella paz y felicidad que nos llenará en el momento de la muerte el pensamiento de que habremos trabajado y sufrido mucho por la Inmaculada.”[5]
¡Qué gracia poder decir también nosotros, sobre nuestro lecho de muerte, estas mismas palabras y lo que el padre Kolbe le confió a Rodolfo Diem, médico de Auschwitz: “He pedido de poder amar a todos sin límites, he consagrado mi vida para hacer el bien a todos los hombres”.
¡Qué la vida de cada uno de nosotros sea un himno al amor! ¿Y la muerte? Un abrazo con el Rostro siempre buscado, siempre deseado y por fin encontrado.


Angela Esposito
por la comunidad



[1] Jn 11, 11-52
[2] 7 de junio 1979
[3] 18 de junio 1983
[4] Cf. Ct 8,6
[5] EK 1159