La cuarta obra de
misericordia corporal: Dar hospedaje al
peregrino
Padre Kolbe:
Hombre acogedor
Las palabras de Mateo 25,35: “estaba de paso y me
alojaron” marcan toda la historia de Israel.
“Él será para ustedes como uno de sus compatriotas y lo
amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Lv 19,34).
¡Acoger al otro es acoger a Dios en persona! Es la
experiencia que hace Abraham que acoge a
los tres misteriosos personaje en Mamré (Cfr. Gen 18,2-8).
El Papa Francisco, en el mensaje de la Jornada Mundial
del Migrante refugiado, dice
“En la raíz del Evangelio de la
misericordia el encuentro y la acogida del otro se entrecruzan con el encuentro
y la acogida de Dios: Acoger al otro es acoger a Dios en persona. No se dejen
robar la esperanza y la alegría de vivir que brotan de la experiencia de la
misericordia de Dios, que se manifiesta en las personas que encuentran a lo
largo de su camino. Los encomiendo a la Virgen María, Madre de los emigrantes y
de los refugiados, y a san José, que vivieron la amargura de la emigración a
Egipto”.
También la antigüedad clásica expresa vigorosamente el carácter sagrado del
huésped, sobre todo al extranjero que se encuentra, a causa de ser
desarraigados de su tierra natal, en una situación de inferioridad y de grandes
y graves necesidades.
¿Quién es el
“peregrino” de la cuarta obra de misericordia?
¿Es el desconocido viajero que está de paso y que nos pide hospitalidad por
una noche?
¿O tal vez los pobres, las personas
sin hogar, el mendigo, al extranjero, el ciruja?
Y ¿qué decir de aquellos que huyen de las guerras, de las persecuciones y
el hambre?
El Papa
Francisco, con dolor, se pregunta: “¿acogida es hospedar a los peregrinos y
rechazar a los inmigrantes?”
La acogida de los refugiados es una obra de misericordia corporal y
espiritual. Hoy estamos dramáticamente interpelados por el fenómeno de la
migración masiva, que pone en contacto a hombres y mujeres provenientes de
países pobres o inhabitables por la
guerra y la violencia. No se puede olvidar que a pocos pasos de los grandes Palacios
en los bancos de las plazas y de las calles son siempre más las multitudes de
"sin techo" que se reparan con trapos y cartón. Hoy en día, cada vez
más, nuestras ciudades les niegan incluso estos espacios públicos para
ocultarlos de nuestra visión y nuestra conciencia.
Por tanto,
la hospitalidad se convierte en un verdadero desafío. La hospitalidad puede
convertirse en una oportunidad de conversión.
De la necesidad urgente de brindar cobijo, refugio, alojamiento, se pasa a la
hospitalidad como una profesión de fe en Dios que ha dado la tierra como un
hogar para cada hombre. El salmista canta: "Del
Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y sus habitantes"
(Sal 24,1) y David confiesa: “Tuya, Señor,
es la grandeza, la fuerza, la gloria, el esplendor y la majestad, porque a ti
pertenece todo lo que hay en el cielo y en la tierra… Nosotros somos extranjeros
y peregrinos delante de Ti, como lo
fueron nuestros padres”. (1Cr 29, 11.15).
En septiembre de 1940, el Padre Kolbe dijo a sus
hermanos: "Para honrar al Rey del
amor, conviene sólo el amor, el único regalo que se le puede ofrecer... El amor
se vive, no se puede describir. El cielo no es más que la fusión con Dios
realizada por medio del amor. Por lo tanto, abramos nuestros corazones a los
hermanos necesitados".
Su amor entra rápidamente en acción, de modo que Schlafly y Green afirman: "Numerosos testigos han
declarado que entre el otoño y el invierno de 1939 a 1940 Padre Kolbe fue capaz
de ayudar a muchos necesitados sin mirar si eran cristianos o judíos...”
Eddie Gastfriend, sobreviviente judío de Auschwitz, ahora comerciante en Filadelfia, nos dice: “Había muchos
sacerdotes en Auschwitz, no llevaban cuellos clericales pero uno se daba cuenta
que eran sacerdotes, por su manera y su actitud, especialmente con relación a
los judíos. Eran tan benignos, tan amables. Los de nosotros que entramos en
contacto con sacerdotes, como el Padre Kolbe, sentíamos que estábamos en un
tiempo especial, un tiempo en que era escrita una alianza de sangre entre
cristianos y judíos...”
En Niepokalanów todos fueron acogidos con gran
cuidado y cariño: los frailes les aseguraron a los Judíos, hasta sus
celebraciones, Día de Año Nuevo. Su ternura y dedicación los conmovieron hasta
las lágrimas. El día de la salida del convento agradecieron por la hospitalidad
y uno de ellos, en nombre de todos, se expresó así: "Si Dios nos permitirá
sobrevivir a la guerra, agradeceremos a Niepokalanów con el céntuplo. No
olvidaremos la bondad que han tenido para con nosotros y la vamos a publicar en
la prensa extranjera, así como en el London Times"
"Los Frailes fueron muy acogedores con los
prófugos. Dispuestos para ayudar en cualquier situación difícil, a menudo nos
salvaron la vida”.
San
Maximiliano escuchó a toda persona
que pidió ser escuchada, lo hizo con respeto, delicadeza y ternura. Se hizo
cargo del sufrimiento de los demás, alejándose de la mirada deformante de los
prejuicios, los lemas, slogan: no construyó en Niepokalanów muros, o barreras, no
cerró con alambre de púas, sino que
construyó puentes para cruzar juntos.
Él y sus
hermanos hicieron de sí mismos la casa, el lugar del encuentro y la comunión con
el otro.
"Acércate,
dice el extranjero. A pocos pasos de mí, todavía estás aún demasiado
lejos. Me juzgas por lo que eres tú y no por lo que soy yo”. Acerquémonos para mirar el rostro de nuestros
hermanos. Queremos darle hospedaje, al menos en nuestros corazones, muchas
personas pobres “llegan a nuestras casas todos los días y llaman a la puerta de
nuestros corazones”.
Angela Esposito
MIPK