Conclusión de la reflexión Padre Kolbe,
Testimonio de alegría
Recojamos algunos fragmentos de la alegría del Padre
Kolbe desde sus variadas expresiones y experiencias.
“El fin de la Milicia de la Inmaculada es
conquistar el mundo entero, todos y cada uno de los corazones para la Reina no
solo del cielo sino también de la tierra; dar felicidad verdadera a aquellos
pobres infelices que la buscan en los placeres efímeros de este mundo”[1].
El pensamiento del
Padre Kolbe concluye inmediatamente en una estrategia apostólica, en involucrar
a otros en su sueño de donar felicidad: “Es necesario inundar la tierra con un
diluvio de prensa cristiana y mariana, en cada idioma, en cada lugar, para
ahogar en los remolinos de la verdad cada manifestación de error y que
ha encontrado en la prensa la más potente aleada, es necesario envolver el
mundo de prensa con palabras de verdad para devolver al mundo el gozo de vivir”.
Al Perfecto de Varsovia describe el estilo de la vida de
la Ciudad de la Inmaculada: “Habitamos en barracas de madera, vivimos de
limosna y nos privamos hasta de las comodidades más corrientes; somos nosotros
mismos los que se afanan para publicar la revista, trabajando a veces más allá
de nuestras fuerzas, en el espíritu de nuestra vocación, con tal de conquistar
el mayor número posible de almas para la Inmaculada y así elevarlas y hacerlas
felices de la manera más autentica”[2].
El padre Kolbe les
habla a los miembros de la M.I. sobre las maravillas que Dios ha realizado en
la Inmaculada y por esto es necesario alegrarse y dirigirse a Ella con
confianza y con un amor siempre más
grande[3].
“Alegrarse de las maravillas que Dios ha
realizado en la Inmaculada y realiza continuamente en nosotros. Nosotros proclamamos
que a través de la Inmaculada lo podemos todo: demostrémoslo, pues, con la acción. Pongamos en Ella nuestra
confianza, oremos y vayamos adelante en la vida con tranquilidad y serenidad”[4].
Esta disponibilidad a la donación total y a la misión
incondicional de la caridad, el Padre Kolbe la expresará también en los últimos
momentos de su vida. Fray Marcelo Pisarek nos
trasmite las últimas palabras del santo en la vigilia de su primer arresto: “Dios
puede todo y se dona al alma que se ha consagrado a Él. Entre Dios y el alma se establece el flujo y
reflujo del amor. ¡Qué indecible felicidad! Qué gracia grande es aquella que puede sellar con la vida
el propio ideal”. Y en el bunker de la muerte padre Kolbe “soportaba todo con
alegría, no pedía nada y no se lamentada nunca,
se quedaba en el fondo sentado, apoyado en la pared… Después los
condenados comenzaron a morir… “Cuando
abrí la puerta de hierro – es su carcelero que lo cuenta – no vivía más, pero
se me presentaba como si estuviera vivo. Aun estaba apoyado en la pared. La
cara era radiante de un modo insólito. Los ojos muy abiertos y fijos en un
punto. Toda la figura estaba como en éxtasis. No me lo olvidaré jamás”[5].
En verdad se
puede decir del padre Kolbe: ha vivido para
donar la alegría al mundo entero y a cada persona que ha encontrado en
su camino. Escuchemos una voz entre tantas otras. Con estupor el príncipe Drucki-Lubecki
cuenta : «Cada uno se sentía feliz
por el solo hecho de estar con él, no importaba lo que estaba haciendo».
La fe es contagiosa y nuestra generación está fascinada de
testimonios, de hombres y mujeres con corazón ardiente y el corazón del Padre
Kolbe quema de amor por Dios, por la Inmaculada y por el mundo entero. Para el
Padre Kolbe la alegría es algo contagioso, que tiene en sí una energía de
expansión: por esto la alegría para el
cristiano es un compromiso apostólico y misionero en relación con los
otros.
“Y ojalá
que el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza—
pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y
desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio,
cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la
alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino
de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”[6].
Con un salto en
el tiempo, llegamos a nuestros días y leemos en la carta Alégrense:
“En un mundo de
desconfianza, desaliento, depresión… estamos llamados a trasmitir confianza en
una felicidad verdadera, que se apoye en Dios”[7].
“Todos los redimidos
por la Sangre de Jesús, sin ninguna excepción, son nuestros hermanos. A todos,
el apóstol, les desea la verdadera felicidad, que se les inflame el corazón de
amor a Dios, un amor sin límites. La felicidad de toda la humanidad en Dios por
medio de la Inmaculada: he aquí su sueño”[8].
En este mundo donde hay tanta tristeza y tanta
alegría superficial, apurémonos a llevar
a todo el mundo la Buena Noticia, para llevar a todos la alegría incontenible
de la presencia del Señor Jesús. Un Dios
enamorado de nosotros. Esto nos hace llorar de alegría. Hagámonos personas
de alegría, de la sonrisa y del buen humor para ser apóstoles de un nuevo ministerio, el ministerio del buen humor y del
optimismo cristiano.
Angela
Esposito
Harmęże - Polonia