“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16).
“¡Ay de mí si no predicara el
Evangelio!” (1 Cor 9,16). Es la Palabra clave del Mensaje
para la Jornada mundial de las misiones 2015. Reflexionemos juntos algunos
pasajes en clave misionera.
El Papa Francisco con convicción
profunda y estupor afirma que "la misión es parte de la "gramática” de
la fe, es algo indispensable para cualquier persona que escucha la voz del
Espíritu que susurra "ven" y "anda." El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo sabe que Jesús camina con él, habla con él,
respira con él, trabaja con él, percibe a Jesús vivo con él en medio de la
tarea misionera.” (EG, 266)
La misión es una pasión por Jesús
pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús
crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero
allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se
amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. (cfr. ibid. 268).
¿Cómo no pensar en las palabras
del Padre Kolbe, cuándo dice: “se ve que desean (Jesús y la Inmaculada) que
usted ofrezca la mano a estos miserables “haciéndose guía de muchas, muchas
almas para conducirlas a Dios por medio de la Inmaculada. Hermosa misión por la
que vale la pena vivir, sufrir, trabajar y hasta morir?” (SK 31)
El corazón misionero del
padre Kolbe late a 360º y en 1927 comienza a construir, la Ciudad de la Inmaculada, Niepokalanów, aproximadamente a 40 km de Varsovia, no teniendo absolutamente nada. No había un sistema de
comunicación muy veloz para él. "El vehículo del
misionero, solía decir, debe ser el último modelo de avión porque si
Niepokalanów quiere lograr el objetivo que se propuso: difundir a la Inmaculada
y el Evangelio en todos los rincones de la tierra, debe izar su bandera en las
editoriales de los periódicos, las agencias de prensa, en las antenas de radio,
en las instituciones artísticas y literarias, los teatros, las salas de cine.
En los parlamentos, los senados, en una palabra, en todos los extremos de la tierra...
a fin de comunicar la verdad a todos los hombres: Jesús es el Señor. Sembrar en
cada corazón palabras de vida. "
Y es así que el papel
impreso se convierte, día a día, en el alma de su apostolado.
En la primavera de 1930,
con cuatro hermanos, llega a Nagasaki, Japón. Pasa por Puerto Said, Colombo,
Singapur, Hong Kong y Shanghái Saigón, se queda en estos lugares de paso para
investigar la posibilidad de crear un nuevo centro editorial del Caballero de la Inmaculada. Para ello
deja en Shanghái dos de sus hermanos.
En 1930, escribe al P.
Cornelio: "Pienso en China, pero también en la India y en la cuenca
siríaca para los siguientes idiomas: árabe, turco, hebreo. Pienso imprimir y
difundir el Kishi por toda China." (EK 253). Sin dinero, sin conocer el
idioma, sin tener nada en absoluto, un mes después de su llegada, en un
telegrama a Niepokalanów anuncia la publicación del 1º número de
"Kishi", el Caballero en japonés. Es la primera vez en la historia de
Japón, que una revista es redactada por occidentales.
“¡Ay de mí si no predicara el Evangelio” (1
Cor 9,16). Los consagrados están llamados a promover en la pastoral de la
misión la presencia de los fieles
laicos.
Profundamente convencido
el padre Maximiliano, desde el inicio, intenta buscar colaboradores para la
evangelización. "El problema más apremiante que enfrenta la publicación
para garantizar su supervivencia es la colaboración con los laicos"[1].
Maximiliano Kolbe se revela un gran organizador y capaz de reunir a su
alrededor colaboradores, a través de cuya cooperación, que deseaba y buscaba
constantemente, cree que puede penetrar el espíritu del Evangelio en cada
pliegue de la realidad humana. "Nosotros, dijo el padre Maximiliano a sus
hermanos, junto con los laicos abrazaremos al mundo entero." [2]
El Padre Maximiliano
sabía encender en el corazón de las personas la dedicación gratuita para la
causa de la Inmaculada. En Grodno las personas iban gustosas a dar una mano,
especialmente los niños y jóvenes.
Algunos niños llegaban a la editorial directamente de la escuela, después de
clase. También en Niepokalanów los vecinos iban a ayudar a los frailes. En
Nagasaki, sólo gracias a los voluntarios, Padre Maximiliano pudo publicar a un
mes de su llegada el Caballero en japonés.
San Maximiliano, a sus colaboradores
que se ofrecían espontáneamente para ayudarlo en su misión evangelizadora, le
asignaba las tareas de acuerdo con sus habilidades y destrezas. Cuando era
necesario les hacía hacer cursos de formación específica. Involucraba a los
frailes y a los laicos aceptando sus comentarios y propuestas. Estaba siempre
atento para que los colaboradores fueran conscientes de trabajar para la mayor
gloria de Dios.
Más allá de todo, transmitía la
alegría de decir a cada uno quien nos da la fortaleza y la esperanza a nuestras
vidas.
Padre Maximiliano es un hombre
marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar.[3]
En 1936 padre Kolbe regresa a
Polonia. Sus proyectos misioneros sufren un giro brusco. Soñaba con una
avalancha de papel impreso que forrara el mundo con el mensaje de la
Inmaculada. Soñaba con nuevos territorios, nuevas culturas para evangelizar, construir
nuevas ciudades para la Inmaculada. Su empuje misionero no se ahogó ni obstaculizó
por el odio de sus perseguidores, siguió dando frutos y, aún hoy, desde su
celda resuena la enseñanza que nos dejó como testamento espiritual: "El odio no es una fuerza creadora. Sólo el amor crea."
Estamos llamados a ser testigos de la verdad que intentamos vivir.
"¡Ay de mí si la evangelización no me evangeliza!" (M. Delbrel). El
Padre Kolbe le hace eco a esta verdad: "Cada uno de ustedes esfuércese no
tanto para cambiar el ambiente, cuanto por llegar a ser cada vez mejor él mismo.”5
Angela Esposito